Jesús vuelve a hacerse presente en el cenáculo ofreciendo la paz a sus discípulos, como antídoto eficaz contra la inquietud que mantenía turbado su espíritu y aherrojado su corazón. Ellos, al recibir al Señor, dejan atrás la tristeza y recuperan el gozo y la alegría.
Con paciencia infinita Jesús les explica el sentido de la Escrituras y les muestra que todo lo que está escrito sobre Él en los libros sagrados del pueblo de Israel ciertamente se ha cumplido. Las enseñanzas de Moisés, los anuncios de los profetas, los versos de los salmos decían la verdad y Él ha venido a darles su auténtico significado. De este modo, Jesús muestra que su vida y su mensaje es el centro de la Escritura, que Él es la Palabra de Dios, y por eso puede hacer que arda el corazón de los que la escuchan, como sucedió a los discípulos que caminaban hacia Emaús.
Los discípulos se convierten en los primeros testigos de Jesús. Pero su mensaje es de alcance universal, está llamado a difundirse entre los hombres y mujeres de todos los tiempos y naciones. Por eso, Jesús confía la difusión de la verdad del evangelio a todos los que lo acogen. Esta misión tiene un contenido sencillo -el encuentro con Jesús-, un “método” -la explicación de las Escrituras-, una finalidad -la conversión y el perdón- y un “tono”- la alegría. Estas son las señales de identidad de la transmisión de la fe.
Comentarios del evangelio: evangeli.net; opusdei.org; Biblia de Navarra
Otros recursos: varias homilías