Liturgia

Cuarto Domingo de Pascua (Ciclo B)

El discurso del buen pastor pronunciado por Jesús tiempo antes de su Pasión y que hoy se lee a la luz de la Pascua es rico en contenido. Jesús se sirve de una imagen de gran raigambre en la cultura del antiguo Oriente, la figura del buen pastor.

El buen pastor es expresión del rey justo, que desempeña su tarea de gobierno y apacienta a su pueblo preocupándose por los más débiles. Esta imagen cobra una fuerza especial en el Antiguo Testamento ya que se aplica a Dios mismo. Así lo vemos en uno de los salmos más bellos, el 23, que comienza cantando “el Señor es mi pastor nada me falta”.

El buen pastor resuena a cuidado. El es quien alimenta al rebaño, lo protege y cura e incluso salva a las ovejas descarriadas. Sin embargo, el calado del discurso de Jesús es mucho más profundo. Se trata de un pastor que conoce a cada una de sus ovejas y que ha sido enviado para dar la vida por ellas, por amor. El cuidado es superado por la donación, la posesión se transforma en entrega. Algo inaudito porque ¿qué pastor muere por una oveja? ¿y qué vida es la que se entrega? Este es el núcleo del discurso de Jesús.

Jesús nos concede el don único de la vida, una vida que es la suya, que es divina. Así, al dar su vida, se nos da a sí mismo, y por tanto nos da a Dios. El mismo es el don regalado. “El hombre vive de la verdad y de ser amado, de ser amado por la Verdad” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).

En este tiempo de Pascua el discurso del buen pastor se ha hecho realidad. Las palabras pronunciadas por Jesús, a modo de profecía, se han convertido en un hecho histórico: Jesús ha entregado su vida por cada una de sus ovejas, y la ha recuperado al resucitar. De esta forma, hemos conocido con más profundidad el misterio de Jesucristo. En adelante es tarea personal experimentar su amor y acrecentar la verdadera vida que generosamente nos concede.

Comentarios del evangelio: evangeli.net; opusdei.org; Biblia de Navarra

Otros recursos: varias homilías