Una vez más Jesús habla a sus discípulos, hoy a nosotros, utilizando una imagen sencilla, fácil de comprender. Sin embargo, el sentido de sus palabras es profundo, pues ayuda a vislumbrar la unión que hay entre los que siguen al Señor y Jesús mismo.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”, dice Jesús a sus discípulos. Los sarmientos son los vástagos de la vid, de donde brotan las hojas y los racimos, no tienen vida si se separan de la vid, forman parte de ella, son la misma vid.
Jesús quiere que los discípulos vivan de Él, pero no solo eso, sino que Él quiere vivir en sus discípulos. Se trata de una unión en un doble sentido: Jesús introduce a sus discípulos en la intimidad divina y, en consecuencia, estos, pueden llevar a Dios consigo allí donde estén.
Hasta en siete ocasiones se repite en este breve texto el verbo “permanecer” para que no haya sombra de duda del sentido de las palabras de Jesús: la unión que propone a sus discípulos es habitual, duradera en el tiempo y con vocación de eternidad. Una unión que ha de tender a ocupar el pensamiento, a llenar el corazón y a reflejarse en las acciones. Así, con esta unión fuerte, los discípulos, tienen una vida rica en frutos.
La imagen de la vid y los sarmientos ilumina también otra realidad: la de la Iglesia, que está formada por el conjunto de los discípulos de Jesús. También la Iglesia dará fruto abundante si los discípulos permanecen unidos entre sí y se nutren de la vida que Jesús les ofrece.
Comentarios del evangelio: evangeli.net; opusdei.org; Biblia de Navarra
Otros recursos: Varias homilías