En estos últimos años, las citas sobre Viktor Frankl han disminuido considerablemente. ¿Será porque el ciudadano europeo ya casi no le importa el sentido de su vida y sólo le preocupa ser feliz a su modo y manera? Podría ser. Por ello quizá convenga poner de relieve el singular sentido de la felicidad que tiene Frankl.
La estructura del ser humano
Al analizar la estructura del ser humano, Frankl afirmará, siguiendo la línea de los pensadores clásicos, que está “diseñada” como ser social, concebida, tanto desde su dimensión físico-biológica, como desde su dimensión psico-racional, para abrirse al mundo de su entorno y relacionarse con los demás. Con esta postura, actualiza el viejo principio aristotélico de que “el hombre es social por naturaleza”, principio que el filósofo griego lo fundamentaba en las peculiares características del lenguaje humano, al afirmar que está semánticamente construido para comunicarnos y relacionarnos con nuestros semejantes.
Una actitud de apertura hacia los otros seres humanos que no requiere para su ejercicio ninguna especie de añadidura artificial y forzada, puesto que esta actitud responde a las exigencias más propias y naturales de la persona, En estos planteamientos coincide con pensadores como Max Scheler, Portman, Allport… especialmente al sostener que su esencia como persona se fundamenta en su trascendencia.
Es decir, lo propio de la naturaleza humana es la tendencia natural hacia la apertura, una naturaleza abierta al mundo y a las cosas del entorno. En estas épocas confusas y estresantes en las que está inmersa gran parte de la sociedad occidental, muchos ciudadanos buscan con afán su propia felicidad, pues la felicidad es el gran objetivo a conseguir, ya sea en la confirmación exitosa de los logros profesionales, en la cuantía de la cuenta corriente, en el disfrute de los goces materiales, en la aceptación social, en poder comprar aquella tienda, el encontrar al hombre de su vida, etc.
Frankl sostendrá, que la soñada autorealización y la plenitud existencial del ser humano, como reflejos de la felicidad, no se obtiene poniendo un espejo de contención frente a la sociedad, para sestear en nuestra propia y narcisista imagen refractaria, sino que se obtiene en la medida que pensamos en los demás para servirles en lo que requieren.
El riesgo de la excesiva autoobservación
El psiquiatra austríaco nos alerta del peligro de encerrarnos exclusivamente en la consideración de nuestros caprichos y satisfacciones sensibles. El ansia o deseo de felicidad es común a todo ser humano; pero no todo deseo proporciona la felicidad, ni todas las personas sienten, para ser felices, el mismo deseo, ni éste colma siempre, plenamente, su felicidad de nuestros éxitos y fracasos, de nuestros bienes presentes y de nuestras seguridades futuras, debido a que esta voluntaria oclusión, supone tomar una actitud y una disposición que interfiere nuestra natural apertura hacia el mundo exterior y hacia las personas de nuestro entorno.
El bloquear esta natural apertura hacia los demás, curvándose la voluntad de la persona sobre sí misma y sus propios sentimientos afectivos, produce una serie estados anímicos de enfermiza y obsesionante “autoobservación” y excesiva atención consigo mismos. Conseguir plasmar en la vida real estas tendencias de apertura a los demás, no es un objetivo utópico e imposible de alcanzar, ni un invento de los psicólogos para crear falsas e ilusionantes expectativas.
La Felicidad es una consecuencia
Es un hecho evidente y observable, como ya nos recordó Aristóteles, que en el ser humano existe una tendencia radical que le impulsa al bien y a la felicidad. En relación al significado de la felicidad y cuál es la causa o el fin que la puede producir, se han barajado las más diversas interpretaciones y las más plurales teorías filosóficas. Platón, la fundará en la sabiduría, Aristóteles en la virtud, los epicúreos en el placer sensible, los estoicos en el equilibrio interior, el cristianismo en la unión con el Bien Supremo, el empirismo en los bienes materiales, etc. Frankl, en este orden de consideraciones, influido especialmente por Aristóteles y el cristianismo, planteará de un modo peculiar y singular que la felicidad es una consecuencia derivada de una forma de vivir. Por esto, la felicidad, más que una causa que se busca por sí, como si la pudiéramos alcanzar por una decisión propia, es el resultado, el fruto en sazón, que se obtiene cuando previamente se vive en apertura a los demás “La felicidad debe ser una consecuencia y no se puede lograr a voluntad propia” dice en “La Voluntad de sentido”.
Para Frankl, una manera de no encontrar la felicidad, es buscarla con ansiedad, pretender cercarla y apresarla para apoderarnos de ella. No debemos perseguir la felicidad como el Hades perseguía a la bella y aguerrida Perséfone, hija de Zeus. La felicidad es como la hermosa y delicada flor mimosa púdica, que cierra sus pétalos cuando osamos tocarla. Se produce con la felicidad, la aparente paradoja que cuanto más la cercamos, más se nos aleja y huye de nosotros, cuanto más nos obsesionamos en poseerla de forma directa, más se nos diluye y desvanece de nuestro ser. Cuanto más corremos tras ella, más nos esquiva.
Abraham Maslow, prestigioso psiquiatra, mostrará su concordancia con Frankl, respecto a su concepto de la felicidad: “Según mi propia experiencia estoy de acuerdo con Frankl en que las personas que buscan su autorrealización, su felicidad directamente, separada de una misión en la vida, de hecho, no lo logran”. A menudo salen en los medios de comunicación, ciertos personajes populares que aparecen exultantes al comunicarnos lo felices y dichosos que se sienten en su vida sentimental, para despertarnos a los pocos días, con la noticia de su posible ruptura con quien era tan feliz. Quien es feliz, es innecesario que nos lo diga, puesto que lo manifiesta de forma espontánea y natural.
La felicidad aparece silenciosamente en la paz interior de la persona que ha encauzado su vida, sus acciones y sus proyectos como un modo de servicio y apertura a los demás, como cumplimiento de una positiva obligación.
La felicidad busca un fundamento
Sin embargo, Frankl, en línea con su importante tesis del sentido de la vida, nos hace la interesante consideración de que constituye un prejuicio social el afirmar que el ser humano busca de forma prioritaria su personal felicidad, la felicidad sin más, pues lo que realmente desea y busca es una razón, un por qué, un fundamento que cimente su felicidad. La larga experiencia clínica que posee el psiquiatra vienés a través de sus pacientes es la mejor garantía para corroborar sus comentarios: En su obra La Psicoterapia al alcance de todos nos dirá que debemos superar el prejuicio de que el hombre busca fundamentalmente la felicidad; lo que quiere, en realidad es encontrar una razón para ello. En esta misma obra insistirá en estas consideraciones: La vida clínica cotidiana demuestra que es precisamente la falta de un “motivo” para ser feliz lo que impide ser felices a las personas.
Según Frankl, quien más en condiciones se encuentra para salir más allá de sí, quien posee la suficiente fortaleza y la exigente autocrítica para enfrentarse consigo mismo, con sus propios egoísmos sus intereses personales, es la persona que consciente de su realidad espiritual y sabe valorarla como la condición esencial de su naturaleza. Es entonces, cuando las diversas dimensiones de la estructura humana se desarrollan en armonía y adquieren su verdadero significado, condiciones indispensables para lograr una vida feliz. Aristóteles nos dice que “una acción bien hecha es ella misma el fin” y “la vida feliz será la del que actúe de acuerdo con la virtud”.