En el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) se afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Es indudable que hace ya algunas décadas, el tema de la “igualdad”, afecta de modo muy relevante a la sensibilidad de los ciudadanos de la sociedad actual, proporcionando todo un semillero de polémicas en varias direcciones, especialmente en los medios de comunicación, en la política y en la enseñanza.
Contrarios a la igualdad
El que todos los seres humanos son iguales en dignidad y libertad, hay teorías como las del griego Calicles, citado en el Gorgias de Platón, y especialmente en la época moderna, las de Nietzsche, que niegan totalmente la igualdad y la consideran como una grave injusticia.
Si partimos de una concepción estrictamente materialista, en la que sólo tienen validez lo que conocemos a través de la “experiencia sensible”, se constata que los diversos individuos humanos, al margen de su variada semejanza externa, tienen personalidades desiguales, tanto en sus aspectos intelectuales, psicológicos, imaginativos, temperamentales, caracterológicos, etc. Nietzsche, deduce que estas diferencias reales entre los diversos fenómenos humanos son una “exigencia natural” que justifica el innegable derecho de dominio y apropiación por parte de aquellos individuos que manifiestan una superior fuerza “vital” en sus diversas dimensiones existenciales
También algunos políticos y escritores del XIX y del XX, especialmente en el centro de Europa, tenían posiciones antisemitas que negaban la igualdad, o el conocido Ku Kux Klan por su aversión de la raza negra, o el nazismo que consideraba que la raza aria es superior a las demás razas.
Igualdad: Sí, pero…
Es constatable que la mayoría de ciudadanos aceptan que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” Y esto es positivo. Pero no deja de tener interés preguntarse si esta mayoría de ciudadanos que aceptan el derecho de la igualdad, lo hacen por los mismos motivos y razones. Los escépticos o agnósticos pueden aducir que la igualdad hay que aceptarla porque casi todo el mundo la defiende, o por evitar las injusticias ante la ley, o por evitar enfrentamientos de raza, o porque es lo propio de las izquierdas, etc. ¿No será también, les podemos preguntar, porque tenemos una misma dignidad, una misma naturaleza y somos de la misma especie? Y por supuesto dirán que están de acuerdo con estos conceptos. Pero sorprende que en cuestiones como el aborto o la eutanasia, la familia natural, estos conceptos de dignidad, naturaleza, sustancia, especie, etc., se esfuman por sí mismos.
Y es que en el fondo, aunque constantemente utilicen estos términos, debido a su postura anti-metafísica, los escépticos y los materialistas no aceptan que estos conceptos universales “dignidad”, “naturaleza”, “sustancia”, etc., tengan un fundamento real, y por tanto son meros términos vacíos de contenido, que los usamos para evitar confundirnos en el lenguaje.
Y a pesar de estar prisioneros de sus prejuicios metafísicos, con frecuencia, y ello es inevitable, utilizan constantemente estos conceptos universales con objeto de acogerse a su imprescindible significación semántica, única forma de sustentar y hacer inteligibles sus propuestas y juicios sobre la igualdad, que, de otro modo, se les disolverían en el sinsentido, la inconsistencia y la incomunicación más absoluta
Buscar fundamentos más sólidos
Si cualquier pensador prescinde de la dimensión metafísica y trascendente de lo real, y solo admite una realidad constreñida en el plano de la particular empírico y material, carece de argumentos para rebatirle a Nietzsche su polémica postura de sustentar la “desigualdad humana”, o lo que es lo mismo: su rechazo de la “igualdad”
Y eso es así, porque si nos limitamos estrictamente a la “presencialidad de las realidades físico-temporales y nos atrincheramos en las zanjas de la pura “mostración” o “verificación” empírica, es indudable –como ya observó Nietzsche y en esto es difícil contradecirle–, que en la comparación de unos fenómenos con otros fenómenos, de unos seres humanos con otros, existen claras diferencias
Pero la realidad es que, si olvidamos la concepción trascendente y espiritual del ser humano, no hay suficiente justificación y argumentos sólidos para fundamentar el principio de la verdadera “igualdad humana”. Para los cristianos queda patente, que nuestra dignidad e igualdad como personas de cualquier raza o condición, se cimienta en el hecho de que todas las personas procedemos del mismo Dios creador. Los materialistas acusan al cristianismo, por asentir y fundamentar que Dios como Padre, nos ha creado a los seres humanos con la misma naturaleza, lo que significa que todos somos iguales, tanto en dignidad, libertad y responsabilidad, aunque seamos distintos en nuestra singular personalidad. Una realidad admitida por la mayoría de religiones y culturas. –
Para los cristianos queda patente, que tanto la dignidad como la igualdad humana, se extienden a cualquier época de la humanidad, raza, sexo, cultura, situación geográfica, etc., cimentándose en los conceptos universales y en la realidad misma de cada uno de los seres humanos, a más de contar con el respaldo de la revelación bíblica expresada en el Génesis, de que todos los seres humanos procedemos del mismo Dios creador, y por tanto somos iguales en nuestra naturaleza en el sentido más profundo del término
La “igualdad” (aequalitas) al ser una palabra polisémica puede tener diversos significados más o menos sinónimos si nos referirnos al ser humano: conformidad, correspondencia, equivalencia, identidad, constancia, etc. Ya hemos dicho que las diferencias singulares de cada individuo nos convierten en “desiguales”. Por ello hay que estar prestos a no confundir las dos vertientes del sentido de la “igualdad”: una de ellas, encauza la participación de todas las personas en una misma naturaleza, lo que exige la admisión y valoración de los conceptos metafísicos, y la otra, respeta y comprueba esta singular diversidad o diferencia antropológica de los seres humanos. Esta dualidad, lejos de menoscabar la justa igualdad natural, más bien solidifica su significado y su verdadero fundamento. Es la aceptación de que la igualdad y simultáneamente la desigualdad, se refuerzan mutuamente mediante el ejercicio de la libertad.
Afinando sobre la igualdad
Podríamos reproducir, –en plan de afinar sobre el tema de la igualdad– los test sobre el coeficiente intelectual (CI), en el que durante décadas –basados en cuestiones lógico-matemáticas, se han valorado el nivel de inteligencia. Es indudable que no todas las inteligencias son iguales, sino que unos son más inteligentes que otros, pero no en todo.
Ya es conocido que estos test del CI, fueron puestos en entredicho por parte de Daniel Goleman uno de los líderes de la Inteligencia Emocional, y de forma más contundente por parte de Howard Gardner, con su teoría de las Inteligencias Múltiples. Aunque como decíamos, unos pueden ser más inteligentes que otros, pero lo que no es tan evidente, es el determinar el motivo, tanto objetivo como subjetivo, de estos diversos grados de inteligencia.
Según Gardner, la inteligencia no es algo unitario e inequívoco, en el que a priori se presupone que unos tienen un superior coeficiente mental que otros, pero de ahí, no se puede deducir que las inteligencias matemático-formales sin más, tengan que tener la vitola exclusiva de una superior inteligencia en su totalidad, y, por tanto, la clásica diferenciación en los niveles de inteligencia es más compleja de lo que hasta hace unos años se ha creído. Gardner habla de inteligencias distintas y marginalmente autónomas. Es decir, uno puede ser más inteligente en cuestiones lógico-matemáticas tal como indica el CI, pero puede haber otras inteligencias con superior capacidad para las cuestiones literarias, musicales, pictóricas, inventivas, jurídicas, en gestionar empresas, o en la posesión de dotes comerciales, diseñar proyectos o en cualquiera de las múltiples habilidades manuales. Como advertimos es una concepción plural y fragmentaria de la inteligencia, en la que en cierto modo desvanece la neta y aceptada desigualdad, entre los hombres superiores considerados más inteligentes y los inferiores considerados menos inteligentes.
A modo de conclusión
Haciendo una reflexión más de carácter filosófico, al margen de lo que digan los expertos en CI o de la Inteligencia Múltiple, desde el punto de vista de la especie, los individuos son del mismo nivel, por eso los seres humanos son iguales y tienen la misma dignidad en cuanto comparten una misma especie y naturaleza. Las personas no solo valen por su inteligencia, sino también por su voluntad, por sus registros psicológicos, por sus graduaciones afectivas, por su sentido estético, por su sensibilidad artística, por su intuición, etc. Como decía Leonardo Polo en su Teoría del Conocimiento: “El igualitarismo craso y uniformador de determinadas ideologías, es una necedad, pues unos seres humanos son mejores que otros en algo, ninguno es superior en todo. En la convivencia humana, las diferencias pueden ser relativas y parciales, por eso, las personas están en condiciones de prestarse servicios y ayudas mutuas” Como unos sobresalen en ciertas cualidades y otros en otras (aquí se pone de relieve la “inteligencia múltiple”) el servicio puede ser permutable y complementario. Negar los niveles es un error, pero también es un error inventar niveles donde no las hay.