“Érase una vez…”. Con este sencillo inicio, herencia de los cuentos de hadas, Disney ha conseguido trasladar al espectador a un mundo de fantasía, donde los sueños se hacen realidad si la persona que los pide es buena y noble. Así sucede desde que, en 1937, el joven Walt acometiera la hazaña de estrenar el primer largometraje de animación de la historia de Estados Unidos, Blancanieves y los siete enanitos. Desde ese momento, a través de distintas narraciones, la compañía de Mickey Mouse creaba con cada producción un nuevo universo, regido por las leyes de la fantasía, donde a través de la magia y el poder de los deseos, eran capaces de crear experiencias universales, con las que niños de todo el mundo se sintieran interpelados e inspirados.
Poco tiempo después la ambición de Walt fue a más, y resolvió trasladar la experiencia de la pantalla al mundo real, con la creación de un mundo paralelo, regido por las leyes del cuento de hadas, donde familias enteras pudieran gozar de una experiencia única. Fruto de este esfuerzo, en 1955 abrió sus puertas Disneyland, en California.
Varias generaciones han crecido viendo películas de animación. Y de ellas han aprendido algunos valores universales. Gracias a Cenicienta supimos que la bondad y la constancia tendrían premio; y a quién no le dijeron que si decía mentiras le crecería la nariz como a Pinocho. No obstante, parece que últimamente se están produciendo cambios significativos en las narrativas que nos propone el gran gigante del entretenimiento.
En la última década Disney ha llevado a cabo dos movimientos encadenados. En primer lugar, ha suscrito sus cuentos de hadas a un proceso de retelling, una reescritura que otorgue un valor nuevo, actualizado y libre de estereotipos, tratando de hacer de esa versión en acción real edulcorada una visión definitiva de la historia antigua. Cuando entras en la plataforma de la compañía y seleccionas una producción clásica, un mensaje te alerta de que lo que vas a ver “incluye representaciones negativas o tratamiento inapropiado de personas o culturas”. El segundo movimiento está orientado a, combatir esas ideas rechazables y para ello se comprometen “a crear historias con temas inspiradores y motivadores que reflejen la gran diversidad de la experiencia humana”. No obstante, lejos de presentar historias universales, parece que las nuevas películas están produciendo una apología de la diversidad, sometiendo las historias a un proceso de reescritura en el que, como norma de conducta, todo tipo de colectivos raciales y sociales se ven representados, entre ellas el orgullo LGTBI+. De este modo, mediante este proceso se olvida que la globalización de las historias no está en un intento de satisfacer a unas minorías viéndose representadas, sino que la auténtica universalización se encuentra en la prevalencia de unos valores que brillan con luz propia, como la verdad, el bien o la belleza.
Esta estandarización de la diversidad queda patente de manera evidente cuando en Disney+ se ofrece la posibilidad de ver “historias negras” o “con orgullo”, posibilitando al espectador centrar la experiencia de entretenimiento en la representación de un colectivo.
Y tras esto, en segundo lugar, parece que la compañía de Mickey Mouse ha abandonado las narrativas clásicas en la última década para centrarse en crear una nueva mitología, despojada de representaciones que puedan ser consideradas discriminatorias. Películas como Moana, Raya y el último dragón o Encanto, algunas de sus últimas producciones, parecen confirmar que el foco está puesto en mostrar a un nuevo tipo de heroína, independiente, autónoma y sin rastro de interés romántico. El cambio de paradigma de este nuevo heroísmo implica una reescritura del “felices para siempre”, que ya no se materializa en el triunfo del amor, sino en la autorrealización y en un proceso de búsqueda que culmine en un mayor conocimiento propio.
Esta mutación, más sustancial de lo que aparenta a primera vista, no está resultando sencilla. Desde el punto de vista comercial, parece que el espectador no ha quedado satisfecho con esta última retahíla de producciones, tal como muestran los datos de taquilla. En la última presentación de los resultados fiscales, celebrada hace unos pocos días, se anunciaba que la sección de entretenimiento ha retrocedido un 7%. No obstante, es previsible que llena de un sentido de misión, la Disney siga emprendiendo una cruzada en favor de “la diversidad de la experiencia humana” hasta que logre calar poco a poco en el gran público, a pesar de que los datos confirman que estandarizar lo diverso no es el mejor camino para generar experiencias universales.