La recepción de la Declaración ‘Dignitas infinita’ (DI) ha sido, por lo general, muy positiva, aunque no han faltado críticas y algunas controversias.
La DI es un documento consistente, defiende enérgicamente la dignidad intrínseca de todo ser humano, la fundamenta en la fe y también en la razón; acude a textos textos bíblicos y a enseñanzas de la Iglesia, especialmente de san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Se diría que la Declaración se enfrenta con todos los temas candentes actuales en los que la dignidad humana está amenazada en nuestro tiempo y con un enfoque global, como se ha comentado en otra entrada, y sin eludir ningún tema difícil, como el aborto, la eutanasia, la teoría o ideología de género, el cambio de sexo o la pena de muerte y la guerra.
La DI es clara en la exposición de las exigencias morales derivadas de la dignidad humana, pero no de un modo taxativo y agresivo, sino con argumentos y resaltando lo salvable de aquello que critica, como la dignidad de persona que no pierden las personas homosexuales o transgénero.
Aunque el acento recae en las violaciones de la dignidad humana, en muchos casos, apunta exigencias positivas para revertir la situación.
El documento desenmascara contenidos torcidos introducidos en la cultura y en las leyes en no pocos países en conceptos tan prestigiosos como dignidad, persona y derechos humanos que desvirtúan su genuino significado. Tal es el caso del concepto de dignidad atribuida solo a la capacidad efectiva de autonomía y no al ser humano, llamar persona sólo a los seres humanos que ya han nacido o colar como derechos humanos el deseo de abortar o de cambiar de sexo.
Algunos, quizá con cierta exageración, aplauden lo que llaman una «vuelta a Juan Pablo II».
Las críticas se refieren sobre todo a puntos concretos. Como era de esperar, de quienes defienden el aborto, la eutanasia, o el cambio de sexo dándoles con frecuencia la categoría de un derecho incuestionable. En los Estados Unidos, dónde todavía está vigente la pena de muerte en varios Estados, el teólogo católico Edward Feser, que anteriormente se había manifestado a favor de la pena de muerte aun siendo ortodoxo en otras materias, en una entrevista se mostró reticente sobre lo que afirma la DI sobre la pena capital.
El cardenal Gregory, arzobispo de Washington D.C., seguramente teniendo en cuenta a católicos de su país que defienden entusiásticamente algunos puntos doctrinales, pero otros no tanto ha señalado que la DI será un «reto» para la gente, añadiendo: «Todo el mundo -quizá sea exagerar- encontrará probablemente algo con lo que esté de acuerdo de todo corazón, y algo sobre lo que tendrá que reflexionar (…) Afirma lo que entiendes, aceptas, sostienes y a lo que te aferras, pero también te empuja a considerar otras dimensiones de nuestra vida eclesial, de nuestra vida social, que pueden plantear un desafío».
Otra criticas que se ha hecho al documento se refiere a la enumeración de ataques a la dignidad, que siendo correctos en sí mimos, adolecen de poca profundización -a menudo su explicación se reduce a unas pocas citas de los últimos papas – además, de poca concreción y falta de orientaciones para combatir los horrores enunciados. Se argumenta que tras cinco años de trabajo, como afirma la Declaración, podría haber salido algo más profundo y concreto.
El título de la Declaración también ha sido polemizado por algunos teólogos, que les parece que infinita dignidad corresponde sólo a Dios. Acuden a Santo Tomás que en la Suma Teológica (I, q. 7 a. 2) quien afirma que solo Dios es infinito, ya que «se llama infinito a aquello que no tiene limitación. En cierto modo la materia está delimitada por la forma, y la forma por la materia.» Con todo concede que los ángeles, que carecen de materia, pueden considerase también como un «infinito relativo». Aunque el Aquinate habla de infinito respecto al ser y en relación con la dignidad. Dignidad infinita respecto al hombre habrá que tomarlo como una hipérbole y de un modo relativo, sin pretender, en modo alguno, igualar la dignidad humana con la dignidad de Dios, ni tampoco de los ángeles. Nada hace pensar que esté ni en las palabras ni en el espíritu de la Declaración tal equiparación. De hecho, la expresión dignidad infinita aplicada al hombre no es nada habitual en la doctrina social de la Iglesia. Se podía haber dicho una «grandísima dignidad» o «la mayor dignidad entre las criaturas terrestres» u otras expresiones. Como ya se ha dicho, la expresión dignitas infinita se toma de una alocución en el Ángelus de Juan Pablo II y pronunciada en alemán y, luego repetida por Francisco. Da la impresión que se ha buscado un título impactante, aunque a costa de precisión terminológica, sobrentendiendo que es una dignidad absoluta relativa. Sin embargo, eso no desmerece la Declaración en su conjunto.
En todo caso, la DI es un documento valiente que plantea retos. Uno de ellos, central es la necesidad de trabajar por defender, promover y remediar abusos contrarios a una auténtica dignidad humana.
Diría que plantea retos humanistas en tres grandes ámbitos.
- Académico, profundizando, ampliando y concretando la Declaración con claridad, rigor y en diálogo con los argumentos contrarios.
- Educación y comunicación, promoviendo y difundiendo la importancia de la dignidad humana y sus exigencias concretas.
- Acción, trabajando en promoción de una cultura en la que el respeto y la promoción de la dignidad humana sea central, en iniciativas personales y sociales para remediar atentados contra esta dignidad y tratando de influir para cambios legislativos, sociales y políticos a favor de la dignidad y derechos humanos asociados, especialmente lo que parecen de mayor urgencia.
En resumen, hay que agradecer, este esfuerzo para la publicación de este documento y estudiarlo detenidamente. No es punto de llegada, sino un espoleo para seguir avanzando para un cambio cultural más humanista.
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