Martín Velasco habla de la dificultad para precisar el significado de experiencia mística, pues se trata de un término utilizado en variedad de sentidos, tan distintos y distantes que lo convierten en impreciso y vago. Sucede con este término, como ocurre con otros, que a fuerza de utilizarlo reiteradamente acaban por perder sus límites[1].
Por tanto, al hablar de la experiencia mística, es conveniente precisar de qué se está hablando al fin de circunscribir el tema de manera adecuada.
La experiencia mística cristiana se entiende como una experiencia de contacto, interacción o comunicación directos con una realidad superior, Dios. Lo más importante de todo es que la primera palabra del místico es Dios, conocido y experimentado como amor. Es el punto de llegada de toda experiencia: el conocimiento de Dios. En líneas generales se pueden distinguir tres tipos de mística. La mística «ordinaria», alcanzable por todos y que puede manifestarse en la oración, el recogimiento interior, locuciones; la mística «especial» o «peculiar», como pueden ser la concesión de carismas; y la mística «extraordinaria», con dones que suelen romper las leyes de la naturaleza como audiciones, éxtasis, visiones…, y que Dios concede a personas muy concretas[2]. Un ejemplo de este tipo de experiencia es la mística cristiana.
Otro fenómeno distinto es la experiencia mística de tipo oriental. En ella se busca la interioridad silenciosa, aislada. Se trataría de una meditación sin Dios. No hay un compromiso con el mundo, ya que el objetivo es el total desapego del mundo, la búsqueda de la extinción del yo. Se experimentaría la disolución del yo, pero no para encontrarse con Dios como en el caso anterior, sino para fundirse con el universo, uno se hace una misma cosa con la totalidad en un sentido de atemporalidad. Con esto se puede conseguir un estado de quietud del deseo. Un sentimiento inexplicable. En este tipo de meditación no hay límites entre Dios y la criatura. No hay un concepto personal de Dios ni existe dialogo entre Dios y la persona. Es un fenómeno natural provocado por el mismo individuo[3].
Existen otros «fenómenos místicos» que podríamos llamar «numinosos», que pueden producirse por sustancias psicoactivas, en los que pueden coexistir una gran variedad de elementos con diferentes matices. En ellos, se pueden mezclar creencias, formas de comportamiento, prácticas rituales, sistemas simbólicos y experiencias subjetivas. La experiencia numinosa es una experiencia no racional cuyo objeto primario e inmediato está más allá de sí mismo, y se presenta como una presencia que todo lo abraza, en una condición en la que el ser humano se ve completamente desconcertado. La sensación puede llegar repentinamente como una suave marea que permea la mente con un ánimo tranquilo. Puede haber pérdida del sentido de espacio y tiempo; sensaciones positivas de paz y alegría profunda; experiencia de una absorción feliz, sensaciones de vitalidad y bienestar físico y mental[4].
Los delirios místicos son de origen patológico y se caracterizan por la naturaleza abigarrada de las ideas de tipo religioso con cierta tendencia a un ascetismo extravagante y exagerado, así como una práctica religiosa desmesurada. El delirante místico busca hallar la figura retórica de un dios terrible que restaure y ponga freno el horroroso panorama interno que lo quiebra y lo deshace. En el estado delirante la voz de Dios no tarda en escucharse en la forma de mensajes proféticos, anuncios o mandatos. El paciente suele sufrir alucinaciones visuales de carácter celestial. Es evidente la diferencia entre los delirios místicos de un enfermo mental y los fenómenos místicos que pueden tener personas virtuosas cuya trayectoria vital se halla marcada por el amor de Dios[5].
Un síntoma conocido de la epilepsia del lóbulo temporal es el éxtasis religioso que algunos pacientes han experimentado durante un ataque. Este fenómeno también quedaría enmarcado dentro del origen patológico que puede dar lugar a una sensación de estas características[6].
LA EXPERIENCIA MÍSTICA Y SU RELACIÓN CON LA ACTIVIDAD CEREBRAL
Un amplio porcentaje de estudios centrados en la oración y en la meditación utilizando la Resonancia Magnética Funcional (RMf)[7] han puesto de relieve el correlato de las estructuras nerviosas en relación a la experiencia mística. Cabe mencionar, que no todas las facetas que pueden darse en las experiencias de estas características pueden ser objeto de investigación con esta técnica de neuroimagen. Voy a puntualizar dos formas de experiencia mística que se han estudiado con RMf: la oración cristiana como experiencia ordinaria y la meditación de tipo oriental. Posteriormente haré referencia a la estimulación cerebral no invasiva que puede relacionarse probablemente con un fenómeno místico probablemente de tipo «numinoso».
Oración cristiana
Mario Beauregard y Vincent Paquette identificaron mediante RMf los correlatos neurales de una experiencia mística. La actividad cerebral de 15 monjas carmelitas, en perfecto estado mental, se midió mientras estaban subjetivamente en un estado de unión con Dios mediante la oración. Este estado se asoció con áreas cerebrales de activación significativos en la corteza orbitofrontal medial derecha, la corteza temporal media derecha, los lóbulos parietales inferiores y superiores derechos, el caudado derecho, la corteza prefrontal medial izquierda, la corteza cingulada anterior izquierda, el lóbulo parietal inferior izquierdo, la ínsula izquierda, la izquierda caudado y tallo cerebral izquierdo. Otras localizaciones de activación se observaron en la corteza visual extra-estriada. Estos resultados sugieren que la oración con Dios activa varias regiones y sistemas cerebrales[8].
Uffe Schjoedt utilizó imágenes de RMf para investigar la actividad cerebral al realizar una oración improvisada en un grupo de cristianos daneses. La oración improvisada activó la región temporo-polar, la corteza prefrontal medial, la temporoparietal y precuneus. Este hallazgo respaldó la hipótesis de que los sujetos religiosos, que consideran a Dios como «real», son capaces de activar áreas de cognición social cuando rezan. Argumentaron que orar a Dios es una experiencia intersubjetiva comparable a la interacción interpersonal «normal». En términos de función cerebral, estos resultados sugieren que los participantes que rezaban pensaban en Dios como una persona en lugar de como una entidad abstracta[9].
Nina Azari, y sus colegas del departamento de neuropsicología de la Universidad de Düsseldorf exploraron las actividades cerebrales de los participantes que leían el salmo bíblico 23, comparando un grupo de cristianos devotos con uno de ateos declarados. Durante la recitación del salmo, los sujetos religiosos activaron un circuito frontal-parietal, compuesto por la corteza dorsolateral prefrontal, dorsomedial frontal y medial parietal. Estudios previos indican que estas áreas juegan un papel profundo en el mantenimiento de la evaluación reflexiva del pensamiento[10].
Meditación oriental
Kieran Fox revisó sistemáticamente 78 estudios de neuroimagen funcional (RMf y PET-tomografía por emisión de positrones[11]-) de personas practicando meditación como práctica oriental. Encontraron patrones de activación y desactivación cerebral para cuatro estilos comunes de meditación (atención enfocada, recitación de mantras, monitoreo abierto y compasión / bondad), y diferencias sugerentes para otros tres (visualización, retracción de los sentidos y no prácticas de doble conciencia). El estudio respaldó disociabilidad neurofisiológica de las prácticas de meditación[12].
En un estudio con resonancia magnética funcional se investigó las diferencias en la activación cerebral durante la meditación entre meditadores y no meditadores. Los meditadores mostraron activaciones más fuertes en la corteza cingulada anterior rostral y la corteza prefrontal medial dorsal bilateralmente, en comparación con los no meditadores. La activación de la corteza cingulada anterior rostral mayor en meditadores puede reflejar un procesamiento más fuerte de eventos de distracción. El aumento de la activación en la corteza prefrontal medial puede reflejar que los meditadores son más fuertes en el procesamiento emocional[13].
Según Newberg en esta fenomenología mística de tipo oriental, no hay un circuito específico, pero sí muchas áreas que aparecen conectadas de diversas formas, dependiendo de la experiencia[14].
ESTIMULACIÓN CEREBRAL Y FENÓMENOS MÍSTICOS
Ha habido investigaciones en las que utilizando una serie de métodos de neuroestimulación cerebral no invasiva como la estimulación magnética transcraneal y la estimulación con corriente eléctrica transcraneal, los cuales han activado áreas cerebrales relacionadas con la experiencia mística[15].
Es conocido que el doctor Michael Persinger, mediante la estimulación magnética transcraneal, hizo que varios individuos creyeran haber sentido la presencia de Dios o haber tenido una experiencia mística similar. Persinger ideó un casco con electroimanes que colocó sobre la cabeza de un voluntario y creó un campo magnético débil y descubrió que este campo hacía aparecer estallidos de actividad eléctrica en los lóbulos temporales produciendo de ese modo sensaciones que los voluntarios describían como espirituales[16].
¿El cerebro, ¿ha sido diseñado?
Diversos autores dirían que no. Para ellos el cerebro no es más que el producto de una evolución biológica y unas fuerzas ciegas, que habría desarrollado unidades de información almacenadas celularmente, junto a sofisticados métodos de corrección, introducidos al azar, para subsanar errores de codificación debido a mutaciones. Por tanto, la aparición del cerebro en el mundo sería casual y los factores decisivos en la evolución del hombre habrían sido el aumento del tamaño del encéfalo y su reestructuración, es decir, una mayor complejidad neurológica y una repentina aceleración del desarrollo cerebral.
Decir que el cerebro obedece a un diseño por parte de una inteligencia clarividente y superlativa, que ha utilizado los procesos evolutivos para configurarlo, sería una afirmación discutible. Creer en Dios, como diseñador del cerebro, no es más que la expresión de un instinto humano universal inscrito en el genoma. Así pues, el cerebro estaría estructurado genéticamente para generar esta creencia. Dean Hammer sostiene que la existencia de una predisposición individual a la creencia, está influenciada por factores genéticos, proponiendo al gen VMAT2, subyacente a los estados conscientes y emocionales, como uno de entre varios genes que inciden en dicha tendencia[17].
Con este mismo argumento, consideran que la experiencia mística es tan solo un producto de la actividad neuronal.
El neurocientífico F.J. Rubia es de los que opta por la opinión de que la experiencia mística sería nada más que un determinado estado funcional cerebral sin que hubiera ningún fenómeno o realidad trascendente, de manera que no pasaría de ser un mero epifenómeno neurofisiológico. No habría nada más allá[18].
También el prestigioso neurofisiólogo indio V. S. Ramachandran, manifiesta que «toda la riqueza de nuestra vida mental, a saber, todas nuestras sensaciones, emociones, pensamientos, ambiciones, vidas amorosas, sentimientos religiosos e, incluso, lo que cada uno de nosotros considera su propio sí mismo privado e íntimo, sea simplemente la actividad de esas pequeñas motas de gelatina (las neuronas) ubicadas en nuestras cabezas, en nuestros cerebros. No hay nada más»[19].
Grafman afirma: «El aprendizaje, la representación y la expresión de la cognición y las creencias religiosas dependen de las redes cerebrales (…). En las próximas décadas, esperamos que la base neuronal de las creencias y prácticas religiosas se convierta en un foco de investigación cada vez más destacado para los científicos que deseen descubrir las misteriosas operaciones de la mente humana. Esta importancia exige que sigamos brindando una comprensión más profunda de las creencias religiosas mediante la investigación de sus fundamentos neuronales»[20].
Por tanto, para estos autores el cerebro como origen de la idea de Dios y la relación experiencial con Dios tiene su causa en una actividad cerebral acontecida en una red neuronal determinada, al igual que otras experiencias humanas.
Ahora bien, si el cerebro no ha sido pensado ¿cómo es posible que pueda pensar? ¿Acaso la razón proviene de la sin razón?
¿Cómo es posible que un órgano que proviene de una evolución casual y azarosa permita tener una dimensión transcendental?
¿Cómo puede ser que se pueda elucubrar con el concepto de eternidad, en el cual no existe pasado ni futuro, sino un presente continuo sin término, si las neuronas tienen una limitación espacio-temporal y su número obedece a una cantidad determinada?
La clave está en que estos científicos ignoran la evidencia que desafía sus prejuicios materialistas, aferrándose a la visión limitada de que nuestras experiencias son explicables solo por causas neurobiológicas y neuroquímicas. Sin embargo, el materialismo científico no puede explicar de manera irrefutable la naturaleza de una experiencia relacional con Dios[21].
Por consiguiente, es sumamente coherente poner de relieve, que el cerebro ha sido pensado por «Alguien» (Dios) que es capaz de idear un órgano de esta complejidad y belleza. Un órgano que no está constituido únicamente por átomos, estructuras moleculares y partículas regidas por las leyes de la física cuántica, si no que tiene «algo» constitucionalmente inmaterial que, formando una sola naturaleza con el tejido cerebral, permite realizar operaciones que intrínsecamente no tienen un soporte físico como son la presencia del «yo», de la voluntad, de la libertad y del principio intelectivo[22].
LAS «ONDAS» DE DIOS
Dios es quien inicia la experiencia mística, no es el cerebro el que, independientemente, hace un disparo aleatorio de una red neuronal. Dios tiene la iniciativa de que en la persona humana se produzca este fenómeno, si bien, en esta experiencia, el cerebro tiene una actividad metabólica como se ha descrito anteriormente. Es importante entender que Dios obra en cualquier cosa en cuanto cualquier cosa necesita su poder para actuar. Su poder es su mismo ser y está en el interior de cualquier cosa, no como parte de su esencia, sino como sosteniéndola en el ser[23].
Si Dios suscita la experiencia mística en el cerebro de la persona y por tanto el establecimiento de una relación con Él mismo, parece oportuno considerar al cerebro como un receptor de las «ondas» de Dios, lógicamente salvando todas las distancias.
¿Cuál sería la naturaleza de las «ondas» de Dios? ¿Son de naturaleza electromagnética? Las ondas electromagnéticas son oscilaciones de campos eléctricos y magnéticos que se propagan a través del espacio. Pueden moverse incluso en el vacío. Estas ondas se organizan en el espectro electromagnético e incluyen las ondas de radio, los rayos gamma, microondas, infrarrojo, luz visible, luz ultravioleta y rayos X.
¿Podrían equiparase a un campo magnético? Un campo magnético es una región del espacio donde se ejerce una fuerza sobre objetos que tienen propiedades magnéticas, como imanes o materiales ferromagnéticos. Este campo se genera por cargas eléctricas en movimiento, como las que se encuentran en un conductor por el que fluye corriente eléctrica.
¿Se podrían considerar como un ultrasonido? El sonido una vibración que viaja a través de un medio, como el aire, el agua o incluso sólidos. Estas vibraciones son percibidas por nuestros oídos y se interpretan en nuestro cerebro como lo que conocemos por «sonido».
Todos estos fenómenos implican materialidad. De hecho, forman parte de la creación de Dios. La naturaleza de las «ondas» de Dios, es desconocida, porque no puede someterse a detectores propios utilizados en el laboratorio. Ni son ondas electromagnéticas, ni un campo magnético ni un ultrasonido. Las «ondas» de Dios son inmateriales e intangibles porque Dios es inmaterial, es decir, no tiene longitud, ni anchura, ni profundidad, ni volumen, ni límites, ni superficie, ni tamaño, ni lugar, ni posición, ni dirección; no es posible observarlo, ni tocarlo, ni sentirlo, ni medirlo, ni verlo.
Si en el cerebro existe una realidad inmaterial formando una sola naturaleza con su materia neuronal, puede comportarse perfectamente como un receptor de las «ondas» de Dios. Esta realidad inmaterial no será nunca constatada (sino tan sólo inferida) en un estudio científico experimental porque no es objeto de este tipo de ciencia.
Dios ha promovido unos circuitos neuronales y unos neurotransmisores que formando una sola naturaleza con el espíritu humano nos permiten entrar en comunión con Él. Esto no está en contradicción con otras potencialidades que pueden surgir de la fisiología cerebral ni tampoco con la patología que puede acontecer, distorsionando aspectos y elementos que forman parte de esta estructura nerviosa.
Hablar del cerebro como un receptor de las «ondas» de Dios, no implica que este órgano sea una especie de antena que al recibir estas «señales», la persona se convirtiera en una especie de androide biónico actuando en consecuencia.
Precisamente este receptor -la persona- tiene autonomía. Una persona puede percibirlas en su cerebro y en aras a su libertad, asentir esa emisión. Sin embargo, también es posible rechazarlas o ser «impermeable» a las mismas. La relación entre el cerebro y las «ondas» de Dios no puede establecerse como una ecuación matemática, si no que se trata de una interacción sumamente compleja. Aunque Dios no es accesible a los sentidos, es accesible a través de sus emisiones. Sin embargo, el conocimiento que poseemos no es suficiente para comprender cómo actúa Dios, porqué además, está el misterio: hay acciones divinas que no tienen ninguna analogía válida con las acciones humanas. Pero hay otras acciones, si tenemos que entender de algún modo a Dios, que sí admiten analogías[24].
En cualquier caso, Dios siempre tiene la iniciativa de enviar sus «ondas» y la persona humana, al percibirlas en su cerebro, puede aceptarlas o rechazarlas. Para entender mejor este concepto se puede hacer una analogía, que siempre será didáctica y pedagógica, y nunca explicará pormenorizadamente esta relación entre Dios y la persona a través del cerebro.
En inglés hay dos verbos que se utilizan para referirse a la acción de conexión: encender: turn on y apagar: turn off. El cerebro de una persona puede estar encendido para recibir las «ondas» de Dios, es decir, estar en “on” o puede estar apagado y por tanto estar en “off”.
No es el propósito de este artículo analizar y profundizar acerca de porqué alguien puede tener el cerebro en “on” o en “off”. Depende de una serie de circunstancias y aspectos como podrían ser la educación, la cultura, la influencia de una postura ideológica, la formación recibida, la propia voluntad, la conducta…, etc. No obstante, estas dos situaciones no son estáticas. Depende, sobre todo, de una característica específicamente humana: la libertad.
Cabe mencionar que los animales, particularmente los grandes mamíferos, no tienen esta capacidad. Su cerebro no está configurado para recibir las «ondas» de Dios. Por ese motivo, entre otros, la diferencia entre un animal y una persona humana, aunque existan elementos comunes, ontológicamente, es radicalmente diferente.
Los fenómenos místicos ordinarios, carismáticos y las experiencias místicas extraordinarias son suscitados por las «ondas» de Dios.
Lo más corriente es aquello que está al alcance de todos y por tanto, las experiencias ordinarias son las que más frecuentemente acontecen en las personas con una vida normal.
Así la «ondas» de Dios, percibidas en el cerebro y asumidas, pueden iluminar (intelectualmente) la inteligencia y pueden dar un impulso a la voluntad para asentir aquellas revelaciones que Dios ha hecho al ser humano a través de la historia.
- Producen una tendencia interior para hablar con Dios esperando una respuesta de Él en una relación de amor.
- Pueden suscitar el amor y un anhelo hacia Dios mismo.
- Capacitan a la persona humana para percibir que la vida tiene un sentido.
PLASTICIDAD CEREBRAL Y CONVERSIÓN
Plasticidad cerebral
El cerebro está continuamente sometido a una remodelación plástica. La plasticidad no es un estado ocasional del sistema nervioso, sino el estado de normalidad durante toda la vida.
Se han realizado trabajos que ponen de relieve este fenómeno funcional y anatómico. Así, el entrenamiento musical tiene las condiciones necesarias para poder estudiar la plasticidad cerebral en los humanos, ya que es una de las actividades de la vida diaria más complejas y multimodales. La investigación arroja información sumamente relevante de cómo el cerebro humano está constantemente reorganizándose cuando se enfrenta a nuevas demandas o influencias ambientales determinadas. Las investigaciones descritas llevan a dar cuenta de las diferencias halladas entre músicos y no-músicos. Los músicos tienen diferencias estructurales y funcionales con los sujetos no-músicos debidas al entrenamiento intenso llevado a lo largo de la vida[25].
Existe una correlación biunívoca entre la conducta humana y la plasticidad cerebral. Los actuales hallazgos han conducido a un mayor entendimiento sobre cómo ocurren los cambios tanto en el funcionamiento cerebral y en el comportamiento[26].
Hay que considerar que la conducta está determinada por muchos componentes no visibles directamente, fruto de aprendizajes previos, muchas veces no accesibles directamente a la conciencia.
El cerebro, por tanto, debe tener la capacidad de cambiar de manera dinámica en respuesta a estímulos y demandas cambiantes.
Conversión
La conversión cristiana es un nuevo nacimiento. Una experiencia mística da lugar a una nueva vida que comienza, todo es transformado[27].
Una conversión, entre otras cosas, entraña un cambio de comportamiento. Ese cambio no necesariamente es repentino, sino que puede obedecer a un proceso más o menos largo. Sólo Dios es el que convierte al hombre. La conversión es siempre consecuencia y fruto de la una acción de las «ondas» de Dios.
Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana. Las «ondas» de Dios son necesarias para suscitar y sostener la colaboración de la persona, pues sin Él no podemos hacer nada. La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del ser humano, es decir, debe asumir las «ondas» de Dios.
En un proceso de conversión cristiana por amor a Dios, el cerebro, que forma una unidad espíritu-neural, debe experimentar cambios y modificaciones que tecnológicamente son imperceptibles. No parece absurdo pensar que estos cambios se producen de alguna manera por la acción de las «ondas» en cuestión.
Por tanto, aunque no es posible demostrar experimentalmente este fenómeno, no carece de fundamento. La acción de la las «ondas» de Dios podría producir un proceso de modulación a través de redes neuronales, seguida, probablemente, de cambios estructurales más estables. Todo ello promovería modificaciones en la organización cerebral y cambios en la conducta del converso. Las variaciones plásticas en todos los sistemas cerebrales variarían en función de las diferencias en los patrones de conexión existentes y en los factores de control molecular y genético que definirían el alcance, magnitud, estabilidad y cronometría de la neuroplasticidad.
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* Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona. Especialista en Radiodiagnóstico y Neurorradiología en el Hospital de Bellvitge. L’Hospitalet. Graduado en Ciencias Religiosas por la Universidad de Navarra.
[1] J. Martín Velasco, El fenómeno místico. Estudio comparado. Trotta, (2009).
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[3] A.Muntané, M.L. Moro, E. R. Moros. El cerebro. Lo neurológico y lo trascendental. EUNSA. (2008).
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[5] A.Muntané, M.L. Moro, E. R. Moros, cit.
[6] Akira Ogata y Taihei Miyakawa. Religious experiences in epileptic patients with focus on ictus-related episodes. Psychiatry Clinical Neuroscience, 52 (1998), 321-325.
[7] La RMf es una técnica de neuroimagen que detecta el consumo de oxígeno de un área cerebral determinada al activarse por una acción o actividad mental.
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[11] El PET es otra modalidad de neuroimagen, que utiliza la emisión de positrones, para obtener imágenes de la actividad cerebral.
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[13]Hoelzel, B.K., Ott, U., Hempel, H., Hackl, A., Wolf, K., Stark, R., Vaitl, D. (2007). Differential engagement of anterior cingulate and adjacent medial frontal cortex in adept Meditators and non-Meditators. Neurosci Lett. 421(1), 16-21.
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[18] F. J. Rubia, Religión y cerebro, en F. Díez de Velasco y F. García Bazán (eds.), El estudio de la religión, Madrid, Trotta. 2002.
[19] V. S. RAMACHANDRAN, Los laberintos del cerebro, Barcelona, La Liebre de Marzo, 2008.
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[23] Gonzalez, A.L. y Moros, E. (1991). Introducción, traducción y notas De Potentia Dei, cuestión 3 de Tomás de Aquino. Cuadernos del Anuario Filosófico.
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