Texto del Evangelio (Lc 3,10-18): En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «Pues ¿qué debemos hacer?». Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo». Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». Él les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado». Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada».
Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.
Juan, el precursor del Señor, asume un protagonismo relevante en el tiempo de Adviento. Sin embargo, él conoce bien cuál es su papel en la historia de la salvación y desempeña esa misión, que da sentido a su vida, con ardor. Su mensaje es de preparación para la llegada inminente del Mesías, del cual se sabe servidor. A él se le ha confiado una labor de anuncio, una tarea de preparar los corazones para hacerlos capaces de reconocer en Jesús al mismo Dios.
Jesús es uno de los nuestros y también es el Enmanuel, que significa Dios con nosotros. Creer en Jesucristo nos ayuda a comprender que Dios no está lejos. Se ha hecho cercano. Solo un Dios que se ha hecho tangible es un Dios al que se puede rezar, por el que cual y en el cual se puede vivir (Benedicto XVI, audiencia 27 de febrero de 2008).
Faltan unos días para la celebración de una nueva navidad y todavía estamos a tiempo de preparar el corazón para descubrir, una vez más, a Dios en el Niño que nace en Belén, y ofrecerle un espacio en nuestra vida lleno de amor como el que encontró en el pobre pesebre. Él lo colmará, seguro, de una alegría gozosa.
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