Este fragmento del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos enseña la estrecha relación que hay entre el cumplimiento de la voluntad de Dios, la felicidad y el amor.
Dios nos ha dado la vida para ser felices, y al amar y ser amados es cuando experimentamos de una manera más auténtica el gozo de vivir. Esa es la voluntad de Dios, que seamos felices junto a Él, y por eso ha escrito ese designio en lo más profundo del corazón humano.
Los mandamientos también están grabados en el ADN intangible del género humano. Son la ruta que conduce a la meta que aspira alcanzar toda persona. Esto es así porque salvaguardan los bienes fundamentales sin los cuales la dignidad de la vida humana queda maltrecha: la dependencia de Dios, la vida, la familia, la verdad, la justa relación con los bienes materiales.
Quien procura vivir a la luz de esos principios que son los mandamientos, en definitiva, quien los guarda, permanece cerca de Dios porque cumple su voluntad, recibe todo su amor, y se hace capaz de compartirlo con los demás. Además, con esta forma de vivir, abierta a Dios y al prójimo, se contribuye a la creación de una civilización del amor que conduce a la felicidad.
Comentarios del evangelio: evangeli.net; opusdei.org; Biblia de Navarra
Otros recursos: varias homilías