En el segundo domingo de cuaresma el evangelio narra un episodio breve pero cuajado de elementos fascinantes: la transfiguración de Jesús acompañado por tres de sus discípulos, la presencia de dos personajes capitales del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, la voz de Dios Padre que declara la identidad de Jesús y, al final, el anuncio que hace el Señor de su resurrección de entre los muertos.
Se trata de un texto en el que la distancia entre el cielo y la tierra ha desaparecido, se dan juntas la gloria de Dios y la felicidad de los tres discípulos, que gozan contemplando este espectáculo singular, deslumbrados por la magnífica luz que los acoge.
Con palabras de Ireneo de Lyon, “La gloria de Dios es el hombre viviente pero la vida del hombre es la visión de Dios” (Adversus haereses, libro 4, 20,7). Dios es quien quiere acercarse a cada persona y hacerla feliz, ya en este mundo, por eso le muestra cuál es el camino que ha de recorrer, que no es otro que escuchar a Jesús, su Hijo. Quien recibe el evangelio y lo lleva a su existencia personal, comienza a vivir una vida divina y, a la vez, da gloria a Dios.
Estamos viviendo la cuaresma, un tiempo que nos prepara para contemplar la muerte del Señor, que es fruto de su infinito amor. De esto hablan precisamente Moisés y Elías con Jesús, pero la muerte no tendrá la última palabra porque Él, que es la Vida, ha vencido a la muerte. El evangelio de hoy nos llena de esperanza y nos anima a seguir en el camino de la fe.
Comentarios del evangelio: evangeli.net; opusdei.org; Biblia de Navarra
Otros recursos: varias homilías