Estamos ante un documento importante y con un mensaje ambicioso, que busca, nada menos que trasformar este mundo nuestro, juzgado como consumista, deshumanizado, “líquido” y en el que hay muy poco lugar para el corazón, en otro iluminado por el amor de Cristo y, sobre todo, transformado por personas que se han dejado ganar por este amor.
De cada una de sus cinco partes, podemos aprender. La primera, más filosófica, lleva a captar la profundidad simbólica de la expresión “Corazón de Jesús”, mientras que la segunda -muy recomendable para meditar- lleva a comprender mejor cuál ha sido y es el amor de Cristo por nosotros, y la tercera ayuda a una profundización teológica sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús. La cuarta ilustra el impacto del amor a Cristo en los santos y los desarrollos en la espiritualidad a los que han dado lugar, con matices interesantes en el trato y amor a Cristo. La quinta parte, quizá la más genuina, desarrolla la proyección de la correspondencia al amor de Cristo en el amor a los demás.
No creo que la DN pueda conectar demasiado con quienes están alejados de la tradición cristiana, quizá no sea éste su objetivo inmediato. Sin embargo, por la palabra y el testimonio de los fieles laicos, metidos en medio del mundo, sí puede llegarles el mensaje trasformador de Cristo.
Un último apunte, diría que importante, es la unión necesaria entre la unión con Cristo -amor correspondido al Amor de Cristo- y la preocupación fraterna por los demás. Es conocido el problema de asociaciones caritativas cristianas desprovistas de espiritualidad, que no se diferencian demasiado de otras organizaciones altruistas. A este respecto, alguien ha dicho que el laicismo ha entrado en las organizaciones caritativas católicas. Lejos de este planteamiento, el papa Francisco une solicitud por los demás y vida interior -con sus propias palabras, “fraternidad y mística” (DN, 177-80)- y lo hace, en primer lugar, citando a san Bernardo de Claraval, un hombre de acción con fuerte espiritualidad. San Bernardo invitaba a la unión con el Corazón de Cristo, aprovechaba la riqueza de esta devoción para proponer un cambio de vida fundado en el amor. Él creía que era posible una transformación de la afectividad, esclavizada por los placeres, que no se libera por la obediencia ciega a un mandato sino en una respuesta a la dulzura del amor de Cristo.” (DN, 177, énfasis añadido) A partir de aquí viene la preocupación por los demás.
Digamos, para terminar, que la Dilexit nos, se une a otras encíclicas, a las que ya nos hemos referido, que reflejan la centralidad del Sagrado Corazón en la espiritualidad católica, y que han guiado esta devoción a lo largo de los siglos, adaptándola a los tiempos y reforzando su lugar como símbolo del amor redentor de Cristo. También subraya la importancia de confiar en Jesús y corresponder a este amor y a expresarlo en voluntad de conversión continuada y en maneras concretas de servicio y amor a los demás, abarcando, por tanto, una dimensión personal con implicaciones sociales y comunitarias.