La pregunta sobre la posible existencia de vida en otros lugares del universo es una cuestión que, en los momentos actuales, tiene especial interés, por lo menos, teórico, dados los avances en astronomía, y los planes de exploración en busca de indicios de vida fuera de la Tierra.
Es natural que el hombre, ante un universo de dimensiones prácticamente infinitas, se pregunte por la posibilidad de que exista vida en otros lugares, y, especialmente, por la existencia de otros seres inteligentes, cuestionándose si los hombres somos los únicos habitantes del cosmos[1].
Hay, sin embargo, una cuestión previa que es decisiva para un correcto planteamiento del tema: establecer la distinción entre vida no inteligente y vida inteligente. En efecto, entre ambas existe una diferencia categorial de ser, que no es explicable ni como resultado de una evolución, ni por un salto en el orden cualitativo del mismo organismo vivo precedente[2]. Por tanto, es esencialmente distinto plantearse la existencia de vida no inteligente en el universo, que preguntarse sobre la existencia de otros seres —humanos o no-[3], pero dotados de inteligencia [y, por consiguiente, de libertad]. Además, la existencia de vida no inteligente no afectaría a la exclusividad del hombre como único habitante del universo.
La admisión de la existencia de vida —tanto inteligente como no inteligente— en otro lugar o lugares del cosmos, no ofrece inconveniente, desde el punto de vista filosófico: no es racionalmente contradictorio. Desde el punto de vista científico, tampoco se ve dificultad. Aunque, según los conocimientos actuales de las ciencias de la naturaleza, la posibilidad de la vida en la Tierra depende de un conjunto de condiciones extraordinariamente precisas, cuya existencia resulta sorprendente por su complejidad y exactitud, nada impide pensar que se pueda producir asimismo en otro u otros lugares del universo[4].
Por tanto, la cuestión de si es admisible o no la existencia de vida inteligente en otro u otros puntos del universo se plantea solamente en el terreno teológico: ¿es compatible con la Revelación cristiana la existencia de seres inteligentes en otro lugar del universo visible?
Es, en efecto, en relación con la Revelación cristiana como surge el problema. La cuestión puede centrarse en los siguientes términos:
- ¿Es compatible la Encarnación de Dios —que Dios haya asumido una naturaleza humana en nuestro mundo, dentro de nuestra historia— con la existencia de seres humanos, en otro u otros lugares del universo?
- Precisando un poco más: ¿es admisible, considerando la existencia de la Encarnación, que Dios haya creado otros seres inteligentes, no humanos?[5]
- Y, si los hubiese creado ¿quedarían fuera del plan de la Encarnación-Redención? Y, ¿por qué?
La Encarnación del Hijo de Dios, supone la unión entre la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Persona del Verbo. Dejamos aparte la discusión teológica acerca de si el Verbo se hubiese encarnado igualmente, aunque no hubiese sucedido el pecado original, es decir, sin necesidad de la Redención[6].
Para acercarnos a la solución, hemos de acudir a los textos de la Sgda. Escritura, porque estamos intentando conocer algo que responde a los planes divinos, por lo que solamente podemos saberlo por medio de la Revelación misma. ¿Ha hablado Dios acerca de esta cuestión? ¿Hay textos que puedan servirnos de guía en ella?
El Génesis nos habla de la creación en los siguientes términos: Al principio, Dios creó los cielos y la tierra (Gén 1, 1)[7]. Luego, describe cómo va creando los seres que habitarán la tierra, y cuando se refiere al firmamento se expresa así: Y dijo Dios: “Haya en el firmamento de los cielos lumbreras para separar el día de la noche, y servir de señales a estaciones, días y años; y luzcan en el firmamento de los cielos para alumbrar la tierra” (…) Hizo Dios los dos grandes luminares, el mayor para presidir el día, y el menor para presidir la noche, y las estrellas[8].
Al terminar de crear todos los elementos contenidos en el cielo y en la tierra, Dios finalmente dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra, y sobre cuantos animales se mueven sobre ella”. “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó”. [9]
Los textos anteriores no nos hablan directamente de la existencia o no de otros seres creados por Dios a su imagen y semejanza. Sin embargo, conocemos por la Escritura la existencia de los ángeles, seres puramente espirituales, de los que se puede decir también que han sido creados a imagen y semejanza de Dios[10]. Pero no aparece ninguna referencia a seres semejantes al hombre existentes en el firmamento o cielo, es decir, fuera de la Tierra.
Es fundamentalmente en el Nuevo Testamento y, particularmente, en los textos paulinos, donde encontramos afirmaciones que pueden darnos luz en nuestra investigación. Así, leemos en la Epístola a los Colosenses lo siguiente:
“[el Hijo de su amor],…, que es la imagen de Dios invisible , primogénito de toda criatura; porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es antes que todo y todo subsiste en Él (…) Y plugo al Padre que en Él habitase toda la plenitud y por Él reconciliar consigo todas las cosas en Él, pacificando con la sangre de su cruz así las de la tierra como las del cielo” [11]
Este fragmento de la Carta a los Colosenses, nos habla de que en Cristo fueron no sólo creadas, sino que se recapitulan, todas las cosas que existen tanto en los cielos como en la tierra, es decir, todo el universo, tanto el de los seres visibles como el de las criaturas angélicas, es reasumido por Jesucristo como su Cabeza. Lo que ya le pertenece como Logos —como Segunda Persona de la Trinidad, Dios como el Padre—, lo recibe también como hombre, no sólo por su unión con la Persona del Logos, sino por haberlo conquistado mediante la sangre derramada en la cruz.
Además, el mismo cosmos, contemplado como el conjunto de la creación, hace referencia a la liberación realizada por Jesucristo:
«… porque la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios, pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto (…)” [12].
Por tanto, si Jesucristo reúne en su poder todo lo creado, y la Escritura incluye explícitamente en ese todo, tanto el mundo puramente material y no inteligente, como la totalidad de los hombres y de las criaturas celestes no humanas[13], se sigue que, no solamente no existen otras criaturas comprendidas en la Redención, sino que, al mismo tiempo, como la Redención abarca todo lo existente[14], hemos de concluir también que no hay otros seres creados a imagen y semejanza de Dios distintos de los citados. Aunque nos pueda llenar de admirado asombro, somos los únicos habitantes del universo, Dios habría creado el entero cosmos por y para el Verbo y, en Él, también para los hombres, como hijos en el Hijo.
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[1] Este planteamiento nace considerando la infinitud divina, ante la cual parece poca cosa la existencia exclusiva del ser humano en un universo tan inmenso. Y no podemos encerrar los planes de Dios en lo que nosotros conocemos. Dios puede haber creado otros seres inteligentes. Dios puede haberse encarnado también en alguien perteneciente a otro mundo (Sto. Tomás mismo lo sostiene). Y nunca saberlo nosotros.
[2] Entra aquí la discusión filosófica de la naturaleza del conocer intelectual. Partimos de que es demostrable que el conocimiento intelectual es de naturaleza inmaterial en sí mismo, aunque necesite para su ejercicio un órgano material. En efecto, las operaciones de la abstracción y la reflexión —que son las características definitorias del conocimiento humano como tal—, son en sí mismas inmateriales y, en consecuencia, también debe serlo la potencia que las realiza: el intelecto humano es una facultad espiritual, radicada para su ejercicio en el cerebro del hombre.
[3] En cualquier caso, tratándose de seres que viven en un universo constituido por un substrato material, aunque no posean propiamente la naturaleza humana, sí hay que considerar que serán también de algún modo corpóreos.
[4] En efecto, es tan preciso el equilibrio de las condiciones fisicoquímicas, que una variación pequeñísima de alguna de las coordenadas haría imposible la vida.
[5] Como ya comentábamos, se trataría siempre de seres corpóreos, pues nos referimos al mundo visible, al cosmos constituido por un sustrato material. El mundo de los espíritus puros, desde este punto de vista, queda excluido.
[6] En el Credo rezamos que se hizo hombre propter nostram salutem. Pero, la Sagrada. Escritura nos revela igualmente que Él es el Alfa y la Omega, esto es el Principio y el Fin de todo (cfr Ap 1, 8), Primogénito de toda criatura, por Quien y para Quien se han hecho todas las cosas y todas subsisten en Él (cfr Heb 1, 2-3; Col 1, 15-18), de modo que la Encarnación podría considerarse como la manifestación visible del Logos, el cual, asumiendo y recapitulando en Sí toda la creación la llevaría a su definitiva y máxima perfección.
Para la escuela franciscana, encabezada por San Buenaventura, la encarnación es querida por sí misma, y no en función de un bien menor. La encarnación manifiesta la primacía del amor de Dios. Con pecado o sin pecado, Dios se hubiera encarnado, porque con pecado o sin pecado, el único modo de encontrarnos con Dios es a través de Cristo.
[7] “La expresión cielos y tierra equivale a universo, el orbe terráqueo y el espacio sideral” (NACAR-COLUNGA, Sagrada Biblia, nt 1, pp.27-28, BAC, Madrid 1968, 26ª ed). También se interpreta, a veces, la expresión los cielos como referida a la creación de los ángeles, o espíritus puros.
[8]Gn 1, 14-17.
[9] Gn 1, 26-27.
[10] La imagen y semejanza de Dios reside, esencialmente, en los caracteres de inteligencia y libertad (voluntad libre), que son propios igualmente de ángeles y hombres. La teología, actualmente, reconoce en la corporeidad humana la condición y la capacidad de establecer relaciones personales, y, desde esta perspectiva, somos imagen también de la relación entre sí de las Personas divinas.
[11] Col 1, 13-20.
[12] Rom 8, 19-21. ¿Podría admitirse qué al hablar de la entera creación en dolores de parto, se refiriera exclusivamente a los seres no inteligentes, es decir, al cosmos material? ¿Y, de este modo, pudiera pensarse en la existencia de seres inteligentes no necesitados de Redención? Si tenemos en cuenta que el cosmos material, “las criaturas sujetas a la vanidad” de que habla San Pablo, lo están como consecuencia del pecado del hombre –la caída de nuestros primeros padres-, habría una cierta contradicción, considerando que dichos hipotéticos seres inteligentes en estado de inocencia, estarían habitando en un universo manchado por un pecado original.
[13] Este es seguramente el punto clave de la cuestión: el interpretar la expresión todo lo creado, todas las criaturas del cielo y de la tierra, como comprendiendo la totalidad del universo, y excluyendo la existencia de otros seres inteligentes. Esto suponiendo que solamente puedan existir lo que entendemos nosotros por seres inteligentes, pues podría (¿?) admitirse que hubiera un tipo de seres capaces de entrar en relación con Dios, cuyas características nos sean inasequibles, inimaginables, y estuviesen comprendidas en las expresiones citadas. Y, por otra parte, también el Verbo podría haberse encarnado en una de esas naturalezas.
[14] Como vemos en el fragmento citado de Colosenses —“Y plugo al Padre (…) reconciliar consigo todas las cosas en Él”—, cita a la que se podrían añadir otras, como, por ejemplo: “Dios (…) su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos, que, siendo la irradiación de su gloria y la impronta de su substancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, después de hacer la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb, 1 2-3).