Testimonio

Pedro Ballester: la santidad vital

Hablar de personas que están en procesos de beatificación y canonización es inmediatamente pensar en la acción del Espíritu Santo en las almas a través del amor transformante que alcanza la conversión del corazón y del actuar humano.

Asimismo, hablar de santidad canonizable, significa relatar vidas heroicas que puedan ser propuestas como modelos e intercesores del pueblo de Dios, lo hace todavía más interesante y atractivo. Pero, si se menciona a un joven inglés de 18 años recién incorporado a la Prelatura del Opus Dei, entonces se capta completamente la atención del público.

Por una parte, tendremos que demostrar la realidad de unas virtudes acrisoladas en el alma por el don de Dios y su gracia abundante y, por otra, la realidad de unos hábitos verdaderos de vida, en donde se muestre haber superado la natural inconstancia de la juventud.

En cualquier caso, las virtudes heroicas de un Siervo de Dios de corta edad manifiestan sin duda la acción arrebatadora de la gracia de Dios que se une a la pulsión vibrante y apasionada de la juventud.

Se comprende que, durante siglos, los teólogos hayan mostrado sus reparos a los modelos de santidad de los jóvenes, pues se solía apuntar con gran frecuencia a la heroicidad de las virtudes como un esfuerzo denodado y una lucha continuada. Actualmente, los teólogos apuntan más en la santidad, al carácter gratuito de la gracia de Dios y observan las virtudes como transformación de la gracia. Por tanto, los jóvenes se han convertido en modelos insospechados de la acción arrebatadora del amor de Dios.

Indudablemente, en el estudio de estos procesos conviene detenerse en la heroicidad de las virtudes en el concepto de correspondencia constante a la gracia de Dios. Así como en las gracias y favores obtenidas por la intercesión.

Respecto al modelo e intercesor al que deseamos hacer mención en esta contribución: Pedro Ballester Arenas (1996-2018), un joven de Manchester que nació en el seno de una familia cristiana, española afincada en Inglaterra, con raíces mallorquinas por parte de padre y sevillanas por parte de madre, pero profundamente inglés por educación y por identificación con la tierra, a la que se sentía orgulloso de pertenecer.

El camino hacia la santidad de Pedro Ballester Arenas, como joven perteneciente al Opus Dei que fallecería con solo 21 años de edad indica que la gracia de Dios y su correspondencia podrían considerarse arrebatadoras pues su vida y sus escasas obras lo que manifiestan fue el lema de su vida: un camino de felicidad hacia la plenitud de la felicidad en la eternidad.

Los hechos fundamentales de su vida y de su enfermedad y muerte muestran sencillamente cómo, día a día, fue amando a Jesucristo e identificándose con él a través de las actividades ordinarias de un joven de su edad: el cultivo de su vida de piedad, la preocupación por convertir sus estudios y sus responsabilidades en su casa y en el centro del Opus Dei al que acudía y en el que vivió algunos meses de su vida cuando marchó a Londres para realizar sus estudios de química.

Dios le llamó a santificar las actividades ordinarias de un joven cristiano en el momento del desarrollo de la vida y de la maduración de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad.

El camino de santidad por el que el Siervo de Dos transitó lo que indica fundamentalmente es la acción de la gracia de Dios y del amor transformante que le llegaba a través de una vida sacramental frecuente, de convertir en complicidad con Jesucristo las actividades diarias y sobre todo la oración y el trabajo convertido en oración y las relaciones humanas en intimidad con Jesucristo.

En la vida de Pedro brillaba especialmente, como en todos los santos, la virtud de la caridad: “donde estén dos o tres reunidos en mi nombre yo estaré en medios de ellos” (Mt 18, 20). Son muchas las anécdotas que manifiestan esta sencilla realidad.

Por ejemplo, las enfermeras del hospital de Londres donde seguían su tratamiento contra el cáncer en la residencia de estudiantes donde vivía, o en aquel otro de Manchester, cuando estaba en casa disputaban entre sí para hacer las visitas domiciliarias. A todas les encantaba estar con aquel joven y hacerles los pequeños servicios médicos pues la habitación del enfermo irradiaba el amor de Dios, la paz y la alegría de los hijos de Dios.

Cuando le preguntaban a Pedro en sus últimos días, por su estado respondía que “nunca he sido más feliz”. Efectivamente, los dolores en la fase terminal del cáncer eran intensos, así como las molestias orgánicas y la somnolencia, pero él siempre procuraba hacer alguna broma, sonreír e interesarse por las pequeñas cosas que preocupaban a los demás.

Si Pedro nunca fue más feliz que rodeado por el amor de Dios que le llegaba cada día por los sacramentos, especialmente la Santa Misa y la comunión y por la recepción frecuente de la confesión sacramental, fueron también abundantes las mociones del Espíritu Santo para su identificación con Cristo en la cruz redentora.

La felicidad que trasmitía, la paz y la serenidad ante la voluntad de Dios y su esfuerzo en animar a sus amigos, compañeros de la Facultad de químicas, compañeros de la residencia estudiantes de Londres que venían a verle.

Especialmente fue muy honda la huella que dejó en sus padres y hermanos que a día de hoy hablan de las abundantes favores y gracias que obtienen por su intercesión y el modelo de vida.

Las personas del Opus Dei, mayores y jóvenes que le trataron manifiestan el profundo impacto al ver cómo una persona tan joven encarnaba ese espíritu de santificación en las realidades ordinarias con tanta velocidad, hondura y sobre todo correspondencia a la gracia de Dios.

El actual Prefecto del Dicasterio del Culto divino y disciplina de los sacramentos, el cardenal Arthur Roche, entonces arzobispo de Manchester pronunció en la homilía de la misa funeral de Pedro unas palabras conmovedoras acerca de la belleza de la vida que había vivido. Terminaremos este breve apunte pidiendo a Dios por intercesión de Pedro que también nosotros vivamos nuestra vida en la plenitud del amor de Dios.

Para saber más:

Pedro Ballester Arenas falleció en Manchester, a los 21 años, víctima de un osteosarcoma. Tuvo una vida ordinaria, que dejó una huella extraordinaria. En su funeral, el cardenal Arthur Roche explicaba: «Pedro tocó las vidas de muchas personas que ni siquiera él llegó a conocer, con su paciente, alegre y atractiva capacidad de superar, lleno de fe, estos tres años de enfermedad, sin quejarse y con una valentía que da testimonio de la belleza de la vida… Cuando Pedrito se comprometió como numerario del Opus Dei, con la generosidad característica de la juventud, no era consciente de cómo le llamaría el Señor a seguir sus pasos compartiendo su Cruz y dando su vida por los demás. Cada mañana al levantarse, incluso desde la cama del hospital cuando podía, besaba el suelo y repetía el lema de san Miguel Arcángel: “Serviam!” – ¡Serviré! Y eso es lo que hizo con su vida, con gran magnanimidad, con paciencia y buen humor». (De la presentación del libro)