Edward C. Feser: La última superstición. Una refutación del Nuevo Ateísmo. Ediciones Cor Iesu, Toledo, 2022, 404 pág.
Edward C. Feser es un popular filósofo divulgador estadounidense. Profesor en el Pasadena City College, conocido por sus colaboraciones en prensa y televisión, donde expresa puntos de vista políticamente conservadores, o defiende el derecho de los creyentes a participar en el debate público. Desde el punto de vista académico, es autor de más de 50 artículos y 15 monografías. Tal vez su trabajo más conocido en Europa sea The Oxford Companion to Hayeck.
El carácter de divulgador de Feser se nota en su prosa, de ágil lectura: tiene un don para hacer asequibles las cuestiones metafísicas más abstrusas, a la vez que muestra (y esto, probablemente, tenga aún más mérito) la relevancia vital y práctica que tienen.
En La última superstición Feser pretende demostrar que el llamado “nuevo ateísmo” se fundamenta en una mentira: considerar que la ciencia y la religión han estado en un conflicto permanente, y que la fe es incompatible con el pensamiento y método científicos. Para lograr este fin podría parecer que lo más adecuado es realizar un recorrido histórico, explicando cómo casos de aparente conflicto, en realidad, no lo son. No es éste el camino de La última superstición. Feser niega que haya un conflicto entre ciencia y religión, porque lo hay son dos concepciones metafísicas distintas: la clásica, en la que la finalidad forma parte del mundo físico, y la que denomina (por contraposición) “moderna”, para la que el mundo físico se reduce a la interacción ciega de partículas en movimiento. Y en el libro pretende demostrar la verdad de la primera y la insuficiencia de la segunda.
Por eso, más allá del carácter polémico, La última superstición reivindica la metafísica de corte realista y muestra (a mi juicio, acertadamente) su racionalidad y su mayor capacidad explicativa, en contraposición a la perspectiva moderna. Para esto Feser no necesita (y esto es algo que algunos críticos le han reprochado) detenerse en los posibles argumentos que propiciaron el abandono del realismo: se centra en explicar lo que dijeron los clásicos, y compara su modo de aproximarse a la realidad con la perspectiva de los principales responsables del “giro” metafísico. En este proceso, las críticas a autores como Hume, Locke, Kant o Descartes son muy tajantes y relativamente breves: porque van a ese “momento inicial” en el que la nueva «perspectiva metafísica se adopta, y muestra su inconsistencia, las peticiones de principio, o –simplemente– su carácter axiomático.
Mala religión, en el que se expone qué es el nuevo ateísmo, y se critica con dureza a sus principales representantes. Más que profundizar en sus argumentos, Feser denuncia que, aunque hablen de la “irracionalidad“ de la religión y la filosofía clásica, en realidad desconocen y no comprenden a esta última.
Griegos que traen regalos y Poniéndonos medievales contienen, a mi juicio, la parte fundamental del libro: en estos capítulos encontramos las principales tesis de la metafísica clásica, a la vez que apreciamos su compatibilidad con un pensamiento abierto a la trascendencia. Especial relevancia se puede dar a su modo de exponer la metafísica del ser y la teoría de las cuatro causas.
En Destreza escolástica aplica lo anterior al modo de entender la ética, en polémica con el relativismo moral. En este sentido, aunque se aprecia la importancia que el autor da a estas páginas, tal vez sean las menos logradas. El lector puede acabar con la impresión de que el derecho natural se reduce a una serie de normas deducibles a partir de las causas finales que pueden reconocerse en el hombre. Aunque el planteamiento puede ser salvable, y se entiende que Feser haya optado por él en este contexto polémico, es insuficiente para respetar la dimensión moral humana: hubiera sido deseable enlazar esta concepción con una ética de primera persona, que contara más con el papel de la libertad, la cultura, y la propia experiencia moral del sujeto.
A continuación, La deriva de los modernos se detiene en la crítica a la “metafísica moderna”: en este capítulo se recogen y sistematizan algunas ideas de páginas anteriores, a la vez que se explicitan los motivos del giro, y se pone, a modo de ejemplo, cómo el abandono del planteamiento realista da lugar a falsos problemas y aporías que la metafísica clásica puede ignorar..
El libro se cierra con La venganza de Aristóteles, un capítulo puramente conclusivo en el que Feser desea la recuperación de un auténtico pensar metafísico: no tanto por defender la religión, sino como una necesidad para defender la razón y la cordura humanas.
En síntesis, un libro que interesará no sólo a quienes quieran conocer mejor el fenómeno del nuevo ateísmo (en este sentido, otras obras son más concretas, y buscan más exponer y criticar los argumentos de los “nuevos ateos”), sino a todo interesado en la metafísica o que quiera comprender mejor los orígenes del pensamiento moderno, y las peticiones de principio que encierra.
Hay, sin embargo, un “pero” que no es indiferente. Feser señala en la introducción que ha querido hacer un libro polémico, que muestre por Hitchens, Dawkins, Dennett y Harris el mismo respeto que ellos muestran por la religión. Y esto se traduce, sobre todo en el primer capítulo, en un estilo agresivo, lleno de ironías y descalificaciones que, aunque tengan cierto fundamento, pueden quitar fuerza a las argumentaciones de fondo. No pocos lectores pensarán que Feser grita mucho, y que, al caer en el mismo defecto que sus oponentes, tampoco puede tener razón. Aunque este inconveniente se da, sobre todo, en el primer capítulo, el tono polémico está en todo el libro. Si el tema facilita que el lector se sienta aludido (como en el capítulo sobre ética, que además es el más débil argumentativamente hablando) es más fácil que se produzca ese rechazo. Es una lástima porque, como he dicho, estamos frente a un libro importante a la vez que interesante; un título que muestra la actualidad de la metafísica y proporciona apuntes fundamentales para entender la deriva del pensamiento contemporáneo.