En la Const. Pastoral Gaudium et Spes, leemos: “(…) el ateísmo, considerado en su conjunto, no es un fenómeno originario, sino más bien derivado de diversas causas, entre las que se cuenta el juicio crítico contra las religiones y, en algunos lugares, en particular contra la religión cristiana. Por consiguiente, en esa génesis del ateísmo los creyentes pueden tener una participación no pequeña, puesto que, al descuidar la educación de la fe, o al exponer erróneamente la doctrina, o incluso por las deficiencias de su vida religiosa, moral y social, hay que decir que han ocultado el verdadero rostro de Dios y de la religión, en vez de mostrarlo”[1].
Nos queremos detener en el análisis de una de las causas que indica el documento: la exposición errónea de la doctrina. Y la estudiamos al hilo de la obra de Tresmontant, El ateísmo hoy, centrándonos en el contenido del capítulo IV, desarrollado bajo el título “El problema del fundamento de la moral”[2].
El origen de la expresión “si Dios no existe, todo está permitido”
Tresmontant parte de un principio fundamental de la ética: “la exigencia ética está inscrita en la naturaleza humana creada, está fundada en el ser (…) Las exigencias éticas no están, pues, fundadas primordialmente en el hecho de estar –por así decirlo- en la Revelación, sino que se fundan en el hecho de estar, antes que nada, inscritas en lo real, en algo objetivo”[3]. Y afirma que ésta es, en efecto, desde la perspectiva católica, la enseñanza ortodoxa sobre el fundamento de la moral[4].
Expone a continuación, como contrapuesta, la concepción legalista, extrinsecista, de la moral, que es propia del pensamiento luterano, para el que la “ética, por así decirlo, está suspendida de la Voluntad Divina”[5]. Como consecuencia, el mundo moderno aborrecerá una ética que se le presenta como un conjunto externo y arbitrario de “exigencias, restricciones, prohibiciones incomprensibles y tabús, que llevan consigo una serie de frustraciones y complejos”[6]. Y añade que, ante una tal religión, toma sentido la propuesta de que, si Dios no existe, todo está permitido. Así, la muerte de Dios es el comienzo de nuestra libertad[7].
El autor sigue diciendo que, sin embargo, si se lleva a cabo un análisis sereno de esta cuestión, “se cae en la cuenta de que, de hecho –si Dios no existe y si el mundo existe, con el hombre en el mundo-, todos los problemas éticos permanecen exactamente lo mismo. Si Dios no existe y si la humanidad se destruye a sí misma, la humanidad se acabará (…). Todos los problemas siguen siendo exactamente lo mismo”[8]. Es decir, la existencia o no de Dios como premisa no variará la dimensión ética de las acciones y su repercusión en el hombre.
Finalmente, el autor llega a dos interesantes conclusiones:
- “Cada vez que el cristianismo es mal enseñado, o enseñado de una manera inexacta y poco inteligente, se siembra el germen de una reacción que, inevitablemente, se desarrollará y producirá su fruto: fruto de odio, de oposición, de apostasía. Esto nos hace comprender la enorme importancia de una enseñanza teológica correcta y de una investigación teológica fundamental continuada”.
- Y otra, que se refiere a la relación entre el orden de la fe y el orden de la razón, o sea, entre el orden teológico y el filosófico: “Las relaciones entre el orden filosófico y el orden teológico no son arbitrarias, ni quedan al capricho de cada individuo. La teología ortodoxa implica exigencias en el orden filosófico. A su vez, el orden filosófico implica exigencias en teología”[9].
Reconoce, no obstante, que existen otras causas del ateísmo, además de las expuestas.
El orden moral inscrito en el ser mismo de la persona humana
Estamos de acuerdo con Tresmontant. El orden moral[10] está inscrito en el ser mismo de la persona humana, y lo que hace Dios al promulgar la Ley es ayudar a la razón del hombre a conocerlo con certeza. Y este orden responde a lo que es bueno o malo para el hombre, es decir, advierte de aquellas acciones que perfeccionan a la persona o que la degradan. No son buenos o malos ciertos actos porque la ley divina los mande o los prohíba, sino que los preceptúa o prohíbe, porque son buenos o malos de acuerdo con la naturaleza del hombre, es decir, porque responden o no a su modo de ser.
Ahora bien, pensamos que resulta incompleta la afirmación de que, aunque admitiésemos la hipótesis de la no existencia de Dios, todo sería igual. En efecto, los hechos en sí mismos, externamente, no cambiarían. Pero consideramos que el modo de ser de las acciones humanas comprende, además de lo que se denomina su contenido objetivo, dos elementos más:
- la inclinación a separarse del orden de la razón, que perturba el conocimiento sobre la rectitud ética de los actos humanos;
- la atracción que ejerce constantemente en la conducta el fin último de la persona humana.
Respecto al primero, hay que decir que existe en la misma naturaleza del hombre un principio de desorden innegable. Para un cristiano está claro su origen, son las consecuencias del pecado original. Quien no admita esta causa, deberá buscar otra explicación, porque es patente que el hombre actúa tantas veces de modo contrario al orden de la razón, y que así lo reconoce[11].
Dios, fundamento último de la moral
Este aspecto también lo considera, de algún modo, hacia el final del capítulo. Sin embargo. conviene subrayar que todo hombre, en su actuar, en su esfuerzo por conocer qué es el hombre y cuáles los bienes que le son propios, está sometido a la influencia negativa del desorden original. Y, por tanto, de hecho, cada hombre encuentra dificultad en ajustar la razón al orden del ser (y también al recto conocimiento doctrinal).
Y, en cuanto al segundo, en cada hombre, asimismo, existe la atracción de su último fin, Dios, para quien ha sido creado. Es decir, todo ser humano está llamado gratuitamente a la vida eterna, y esta llamada, de algún modo, también influye en sus acciones, dado que su ser está orientado hacia dicho fin. Por ello, el hecho objetivo –externo– no cambia como tal, pero interiormente el desvío moral produce un deterioro en la persona, y le aparta o dificulta en su relación con Dios.
¿Qué queremos decir con todo esto? Que el último fundamento de la moral es la existencia de Dios y la destinación de todo hombre a la vida eterna. Y, aunque teóricamente se pueda distinguir la visión puramente racional –la ética natural- de lo anterior, sin embargo, están constituyendo de modo inseparable el fundamento del orden moral. Cuando se afirma que si Dios no existe todo estaría permitido, se afirma que la ética perdería el fundamento que le concede la definitiva consistencia y, por tanto, el criterio para distinguir objetivamente el bien del mal. En efecto, tanto la moral como la ética racional están, de hecho, en la realidad actual, indisolublemente referidas a la naturaleza del hombre[12] y al fin sobrenatural al que Dios gratuitamente ha querido destinarlo.
La ausencia o la negación de la existencia de Dios como aquel que nos ha creado y ha establecido en el mismo ser del hombre el orden moral, orden que debe respetarse por ser el que lo perfecciona y le permite alcanzar su fin último, supone la pérdida del fundamento objetivo, de la orientación decisiva.
Es cierto que el hombre conoce, o puede conocer en sí mismo, de modo general, los principios básicos del bien y del mal, es decir, la ética o moral natural. En este sentido, el fundamento inmediato es su propia naturaleza, pero el fundamento que sostiene el deber de hacer el bien y evitar el mal[13] es, al mismo tiempo que, objetivamente, el bien es bueno para él y el mal es malo, que Dios es el Autor de la naturaleza y el garante de que se cumpla el orden establecido por Él.
Por ello, el ateísmo, la negación teórica de la existencia de Dios y del orden moral[14], va en contra de los imperativos de la propia conciencia y del conocimiento racional de la realidad, o dicho de otro modo, del razonamiento que brota espontáneamente al contemplar el mundo que nos circunda, el universo que nos contiene[15].
El ateísmo, por tanto, no es la conclusión de un proceso intelectual,[16] sino fruto de una opción personal, una decisión de la voluntad. En consecuencia, supone siempre una responsabilidad personal, porque no es fruto del error[17], sino de una opción fundamental.
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[1] Gaudium et Spes, n. 19,
[2] Tresmontant, Claude, El ateísmo hoy, Ed. Palabra, S.A., “Colección Noray”, n. 11, Madrid 1969.
[3] o. c., p. 50.
[4] Entendemos que se refiere a la primacía de la conciencia en la valoración moral, primacía cuyo fundamento es la ley moral inscrita naturalmente en la razón. De ahí, la afirmación de San Pablo en la Ep. a los Romanos (Rom 2: 14-15). La Revelación completa y perfecciona ese conocimiento.
[5] o, c., p. 51. Una visión de la ética como una Ley impuesta por la Voluntad divina de modo extrínseco, lleva fácilmente a contemplar los mandamientos como algo arbitrario, cuya única justificación es porque Dios lo ha querido así.
[6] Ibíd.
[7]cfr. o. c., pp. 52-53.
[8] Id., p. 52.
[9] Id., p. 62.
[10] Se pueden distinguir el orden moral y el orden ético. La ética se refiere más directamente a los valores que guían la conducta humana en el ámbito personal, cognoscibles por la razón. La moral se fundamenta en los principios de la ley natural y además, para un cristiano, en el Magisterio de la Iglesia. Pero, en la práctica, en sentido amplio, se pueden intercambiar ambos conceptos. Así los utilizamos en este estudio.
[11] “Video meliora proboque, deteriora sequor” . Palabras que Publio Ovidio Nasón (43 aC – 17 dC) pone en boca de Medea (Metamorfosis VII) y que pintan admirablemente al hombre a quien su recta inteligencia enseña el camino del deber y de la verdad, pero a quien la debilidad y ambición arrastran hacia el mal. San Pablo en la Epístola a los Romanos (7.15), dice algo semejante: Non quod volo bonum, hoc ago; sed quod odi malum, illud facio. Luis Racine (1692-1763) en sus Cantiques (III) dice (parafraseando a San Pablo) «Je ne fais le bien que j’aime, et je fais le mal que je haïs»..
[12] Insistamos, naturaleza herida por el pecado original. O por la universal experiencia de la contradicción tan frecuente entre la razón y la conducta.
[13] Es el primer juicio de la razón práctica, la sindéresis.
[14] También el ateísmo práctico, es decir, vivir de espaldas o en contra de la ley moral, supone esa negación implícita.
[15] “Quia quod notum est Dei, manifestum est in illis. Deus enim illis manifestavit. Invisibilia enim ipsius, a creatura mundi, per ea quae facta sunt, intellecta, conspiciuntur: sempiterna quoque eius virtus, et divinitas: ita ut sint inexcusabiles” (Rom 1: 10-20).
[16] Son abundantes los argumentos racionales que conducen a admitir la existencia de Dios (o de un Ser supremo). En primer lugar, siguen siendo perfectamente válidas las vías tomistas (de carácter lógico-metafísico). Por otra parte, tenemos las de carácter moral (exigencias de la justicia); la configuración del universo como producto de un diseño inteligente; o las condiciones de sustentabilidad -lo que los científicos denominan ajustes finos- que mantienen el cosmos en un maravilloso equilibrio. Una exposición muy completa de los argumentos acerca de la existencia de Dios, puede encontrarse en MICHEL-YVES BOLLORÉ/OLIVIER BONNASSIES: “Dios, la ciencia, las pruebas”,4ª ed.
[17] PLATON habla del mal moral como un error intelectual, pero entonces se diluiría la responsabilidad personal: al no intervenir la libertad, no sería un acto voluntario y, por tanto, moralmente responsable.