Opinión

La desacralización de la belleza

Me pregunto, imagino que como todos, cuáles son las causas del ateísmo actual.  A veces el origen se ha buscado en el siglo XVIII, en la Ilustración. Aquí expondré mi punto de vista, que como todo en esta vida es opinable: el origen del ateísmo está en la ruptura del hombre con la belleza, después vendrá la negación de la verdad y del bien, pero será más tarde, en el siglo XX.

El componente sagrado de la belleza

La belleza tiene un componente sagrado, que es definitorio. Sin este componente, la belleza pierde su claridad, su transparencia, su luz. Y opta por la oscuridad. La claridad, la luz, la transparencia pertenecen al ámbito de lo sagrado por la sencilla razón de que son atributos de Dios, concretamente de su belleza. No estoy hablando de una belleza de temática religiosa. Me refiero a la belleza en abstracto. La belleza de la que hablan todos los filósofos.

Desde mi punto de vista, lo primero que percibimos de Dios es su belleza, no su bondad ni su sabiduría. No sé si seré muy atrevida, pero el primer contacto con Dios lo hacemos a través de la belleza, también la creada por los hombres. Dios se comunica con los hombres, en primer lugar, a través de la belleza. Ella nos conduce a Dios directamente (esta puede ser una idea agustiniana). Solo tenemos que contemplar la Naturaleza. Su belleza lleva la impronta de Dios (tal vez por eso hay una vuelta a la Naturaleza en los últimos años, porque en el fondo se está buscando a Dios). A Dios le entendemos poco y nos cuesta aceptar su bondad (recordemos esa pregunta que ya es un tópico: ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?), pero su belleza es incuestionable en todas las cosas creadas. Tanto la belleza de la Creación como la creada por los hombres nos lleva a Dios, porque tiene luz, claridad y transparencia. Quitar este componente sagrado de la belleza es negar a Dios. Cuando contemplamos algo que nos gusta, algo bello, decimos: qué bonito e incluso nos conmovemos.

Yo pienso que Dios se comunica a través de la experiencia de lo bello. Es curioso constatar cómo, en el mundo en que vivimos, la verdad y el bien están muy cuestionados, pero la belleza de la Creación no la cuestiona nadie. Le admite todo el mundo (hecho significativo pues lleva de forma implícita o tácita la creencia en Dios, aunque no se reconozca abiertamente). Pero también hay que decir que la belleza de la Creación ha desaparecido de la temática. Ni la poesía ni la pintura hablan de ella. Es una prueba del alejamiento de Dios.

La desacralización de la belleza

La desacralización de la belleza empezó en el siglo XIX con Nietzsche, Les fleurs du mal de Baudelaire, el naturalismo, el feísmo y la incorporación de la fealdad a la obra artística y de un elemento sórdido y escabroso. Pensemos en la pintura negra de Goya. Todo aquí es oscuro, dionisíaco, orgiástico, carnavalesco. Es la eterna lucha entre Dionisos y Apolo, de la que hablaba Nietzsche en El nacimiento de la tragedia. Y el artista, en el siglo XIX optó por Dionisos, por el desorden, el caos, también los románticos. Después, en el siglo XX, llega la transgresión con Las vanguardias, la ruptura total con toda la estética anterior. La desaparición de la claridad y la luz. El arte se vuelve incomprensible, sobre todo el surrealismo, basado en Freud y su teoría del subconsciente. La belleza ya no está presente en estas obras, sino la oscuridad. El arte ha perdido su componente sagrado y rinde culto a Dionisos, el dios de la oscuridad.

Pero la verdad continua impoluta con todo el sistema de ideologías que surge en el siglo XIX. La razón continúa siendo la protagonista del escenario. Nadie la cuestiona, menos los artistas. El hombre de la calle se ve influido por el arte. Porque el pueblo consume arte, popular o culto, pero lo consume: lee novela (cuánto daño hicieron Pérez Galdós y Clarín, e incluso la Pardo Bazán), ve cine, compra productos estéticos sobre todo los referentes a la moda, lee poesía, va al teatro, a exposiciones artísticas, escucha música.  Los artistas son influencers, mucho más que los intelectuales. ¿Quién se lee ahora un ensayo de 300 páginas? En los siglos XIX y XX se leían.

La belleza entra por el corazón, por las emociones, que es la parte más vulnerable del hombre. Pero la fealdad también tiene su atractivo. ¿Por qué todo tiene que ser bonito o tener un final feliz? (el tema de los finales felices daría para una reflexión sobre el bien y el mal).  ¿Por qué no incorporar lo sórdido, lo escabroso, lo turbio? El hombre se siente atraído por Dionisos y su oscuridad, su desorden, su falta de armonía. Se siente atraído por la transgresión y la incorpora a su vida. De este modo su vida pierde el sentido sagrado. La belleza, para el hombre contemporáneo, es aburrida, monótona y previsible. La transgresión, en cambio, es atractiva, divertida, novedosa sorprendente, desconcertante. Sin duda alguna, para el hombre actual, Dionisos es más inteligente que Apolo. El hombre quiere vivir esta vida dionisíaca, quiere vivir intensamente, no perderse ninguna emoción. La vida se convierte en una aventura donde todo está permitido, pero fuera del recinto sagrado.

Esta desacralización de la belleza abarca todos los ámbitos: desde la moda a la poesía, pasando por todas las expresiones artísticas y sociales. Allí, donde interviene el hombre, la belleza no tiene espacio. La verdad y el bien tendrán que esperar al desmoronamiento de las ideologías a finales del siglo XX, a la aparición de la postmodernidad y el relativismo. Con el relativismo desaparecen la verdad y el bien como categorías ontológicas, de hecho, desaparecen la metafísica y el imperativo ético universal (aunque la Declaración de los derechos del hombre viene a ser una suerte de guía ética). Así desaparece Dios de la vida de las personas.

Hay que recuperar la belleza

El hombre de la calle no se cuestiona axiomas metafísicos ni tampoco cuestiones morales. Pero sí dice: esto me gusta, esto no me gusta. Y este es un principio estético válido, según Chéjov. Es la belleza, que entra siempre por los ojos, lo primero que rechaza el hombre, antes que la verdad y el bien. Pensar y juzgar son tareas onerosas. Pero disfrutar con la belleza (porque la belleza está para disfrutar, es fundamentalmente lúdica) es muy agradable. De este modo, el hombre desacraliza su vida y se aleja de Dios. Por eso, al hombre y a su espacio sagrado lo recuperaremos por la belleza. La belleza entra por los sentidos. Cuando llega a la inteligencia, se convierte en verdad y cuando actúa, hace el bien. En definitiva, recuperaremos la sacralidad del hombre por el corazón, por las emociones, por la belleza. Después vendrán la verdad y el bien, como realidades objetivas. Quería acabar esta breve reflexión con una idea que me ronda por la cabeza hace tiempo: “Hay que recuperar la belleza para que este viejo mundo alcance la felicidad que tanto ansía”. Nada más.