La lectura de la encíclica Dilexit nos lleva a descubrir algunas características remarcables de este documento:
- Muestra profundidad bíblico-teológica y filosófica
El documento no se limita a describir y recomendar la devoción al Corazón de Jesús, sino que también indaga en numerosas fuentes bíblicas sobre hechos y palabras que ponen de manifiesto el amor de Jesús, divino y humano al mismo tiempo. Incluye también una reflexión cristológica y trinitaria sobre el corazón humano, como núcleo de la persona y la centralidad del amor en la vida cristiana, presentando reflexiones de Padres de la Iglesia, santos y filósofos sobre el corazón, como San Agustín y Heidegger. De este modo, ofrece así un marco integrador que dialoga con la teología clásica y contemporánea. Esta amplitud refuerza la relevancia del mensaje en un mundo que a menudo busca respuestas espirituales profundas.
- Presenta relevantes aportaciones de la literatura espiritual cristiana sobre el Sagrado Corazón a lo largo de los siglos.
La encíclica es prolija en citas relacionadas con el Corazón de Jesús que incluye Padres de la Iglesia, como Ireneo, Agustín y Basilio, doctores medievales (Bernardo, Buenaventura, Tomás de Aquino…) y, sobre todo, muchos religiosos –desde el Renacimiento hasta el siglo XX– de profunda espiritualidad, algunos de los cuales tuvieron revelaciones particulares. Entre ellos, Catalina de Siena, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco de Sales, Juan Eudes, Vicente de Paúl, Margarita María, Claudio La Colombière, Carlos de Foucauld, Teresa de Lisieux y Faustina Kowalska, los cuales representan conocidas corrientes de espiritualidad cristiana, ya sea monástica, franciscana, dominica, carmelitana, ignaciana, o de la llamada Escuela Francesa. Personalmente, he echado en falta alguna referencia relacionada con la espiritualidad laical y secular como la de san Josemaria Escrivá y su preciosa homilía sobre el Sagrado Corazón, incluida en Es Cristo que pasa.
En todo caso, es destacable esa teología viva que representan las experiencias de los santos como conocimiento amoroso del Misterio de Jesús.
- Entra en diálogo con diversos retos del mundo contemporáneo
El Papa identifica problemas actuales como el consumismo, la fragmentación social y el narcisismo, junto con la convivencia con un «mundo líquido» (DN, 9) y “sin corazón» (DN 22). La pérdida de conexión con el «corazón» lleva a sociedades deshumanizadas. Francisco apunta que “nuestras comunidades sólo desde el corazón lograrán unir sus inteligencias y voluntades diversas y pacificarlas para que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que pacificar también es tarea del corazón.” (DN, 28)
Respecto al consumismo, afirma: “Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Sólo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas” (DN, 218). Frente a ese “engranaje perverso”, Francisco contrapone el amor de Cristo y “sólo él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito. Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente.” (DN, 218)
Desde esa perspectiva, la encíclica se convierte en una llamada a volver al núcleo de lo humano: el amor, la interioridad y la comunión. Lo hace invitando a revalorizar el corazón como centro de unidad y amor. Eso ofrece, sin duda, una perspectiva contracultural frente a la despersonalización de las relaciones humanas y el vacío existencial.
- Invita a reemplazar rigideces dentro de la Iglesia por el amor de Cristo.
Al papa Francisco le preocupan también que en la Iglesia pueda reemplazarse el amor de Cristo por “estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades.” (DN, 219).
El papa Francisco no ignora otro reto: el de superar, dentro de la Iglesia, posiciones rigoristas o formas de espiritualidad desencarnada que olvidan la misericordia de Dios (DN, 80), así como enfoques impregnados de moral rigorista o a una religiosidad del mero cumplimiento, olvidando que el Corazón de Cristo invita a la plena confianza en la acción misteriosa de su gracia (DN, 114). El papa propone una espiritualidad más cercana, afectiva y humana, rescatando la belleza de una relación personal con Cristo. Aunque no se explicita, esto no excluye las exigencias de la moral y ni el valor del ascetismo cristiano, así como el sentido del deber, pero, ciertamente, pone el acento en la confianza en Cristo y en la acción de la gracia.
- Impregnada de densidad teológica, pero con ejemplos cercanos.
La encíclica tiene hondura teológica y será apreciada, sobre todo, por personas con buena formación teológica. Sin embargo, algunos pasajes tienen gran densidad teológica y eso podría ser un desafío para quienes no están familiarizados con la teología cristiana o con ciertos términos filosóficos. La profusión de citas de los santos muestra erudición, pero puede dificultar la lectura y la concreción de ideas básicas de fácil aplicación para toda clase de fieles.
Es de alabar, en cambio, los ejemplos que se intercalan en la narrativa, como los recuerdos de la infancia del Papa (DN, 20) o las experiencias de santos como Santa Margarita María y Santa Teresa del Niño Jesús; son anécdotas que hacen a la encíclica más cercana, accesible y pastoral.
- Conecta la devoción al Corazón de Jesús con la fraternidad y la solidaridad
El papa conecta la devoción al Corazón de Jesús con un compromiso práctico y comunitario basado en la fraternidad. Al destacar que el amor a Dios se traduce en el amor a los hermanos, pone énfasis en la responsabilidad social y misionera de los cristianos, recordando que la fe no es solo contemplativa, sino también activa.
La encíclica subraya que el amor de Cristo no puede separarse de la justicia, la solidaridad y la compasión hacia los más vulnerables, ofreciendo una visión integral de la fe que incluye tanto la mística como la misión. En la conclusión, el papa pide al Señor Jesucristo “que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno”. (DN, 220)