El Dr. Joaquín Callabed, médico pediatra con más de 40 años de experiencia y que ha atendido más de 6.000 casos de adolescentes, pronunció una interesante conferencia el pasado 16 de mayo en la sala de juntas de la Real Academia Europea de Doctores, en la que se encontraba presente el presidente de la Academia, así como profesionales del ámbito de la salud y de otros campos del conocimiento. Evelyn Lechuga, psicopedagoga, nos ofrece una síntesis.
El doctor Callabed inició su conferencia con un esbozo del estado de la cuestión que permitiera comprender la importancia y la necesidad de la atención sanitaria de nivel primario durante la adolescencia, ya que es durante esta etapa, donde hay un aumento significativo de las patologías asociadas a la salud mental, como la anorexia, bulimia, psicosis, depresión y fracaso escolar, entre otras. Como ejemplo, mencionó que hoy en día el 22% de los escolares consume cannabis de manera regular y esto incrementa el déficit atencional y el absentismo escolar derivado del desinterés por los estudios. Cuando disminuye el uso de esta sustancia se reducen notablemente los trastornos mentales.
Sin embargo, a pesar de la existencia de evidencia que respalda que el punto álgido de las patologías es en dicha etapa, en España la atención pediátrica culmina a los 14 años, pasando los adolescentes al sistema de salud “general”, lo cual limita la detección temprana de sintomatología o conductas de riesgo que pudieran desencadenar conductas patológicas y por tanto, el abordaje de éstas se termina tratando desde la prevención secundaria o terciaria.
Una propuesta para un abordaje eficaz
Se debería reconsiderar la atención pediátrica hasta los 21 años, momento evolutivo donde se da la transición físico-biológica y social a la adultez temprana. Así el pediatra sería el profesional idóneo para atender a los adolescentes y sus familias, desde la perspectiva del modelo de pediatría social, fundada en Francia, la cual realza la importancia de que cada persona reciba un tratamiento personalizado. Para lograr este cometido, el pediatra requiere trabajar con un equipo multi e interdisciplinario, formado por neurólogos, psicólogos, maestros, trabajadores sociales y cualquier otro profesional que esté en contacto directo o indirecto con los adolescentes, para así lograr un abordaje pediátrico global. Bajo este mismo enfoque, el abordaje en la adolescencia, requiere de un trabajo coordinado y conjunto entre el mismo adolescente, su familia, el pediatra y la escuela.
“La adolescencia es una fase de la vida inestable y fundamental para crear las bases de la madurez fructífera” (Rosa Díaz, psicóloga y experta en alcoholismo infantil).
La adolescencia es una etapa comprendida entre los 10 y 21 años aproximadamente, lo que implica cierta complejidad para ser tratada, pues las necesidades y riesgos a los 10-11 años no son los mismos que a los 14 años ni a los 19-20, sin embargo, a pesar de la amplitud y complejidad, hay elementos que se deben considerar en todo momento como lo es el hecho que el adolescente requiere que los adultos que le rodean, desde su familia hasta los profesionales con los que interactúa le comprendan, contengan y escuchen, además de atenderle con compasión, respeto y paciencia, pasando de así de un enfoque punitivo en donde éste es castigado, a un enfoque comprensivo y empático donde es escuchado.
Estas actitudes son las que permiten generar respuestas positivas durante el abordaje, que debe contribuir o buscar que el adolescente logre enfocarse, interpretar adecuadamente la vida y las situaciones que le rodean, para así disfrutar de ella. Acompañarle para que tome decisiones importantes, se haga cargo de sus errores, disfrute del trabajo y se visualice como agente productivo de la sociedad, ayudándole así a crear un proyecto de futuro en el que plasme sus ideales y sueños. Muchas de las conductas de riesgo derivan de una carencia en el sentido de la vida y ausencia de apoyos oportunos.
De modo que, para construir la historia clínica y posteriormente plantear un plan de asesoramiento, se debe hacer “una radiografía” del adolescente y de su familia.
En cuanto al adolescente que presenta algún indicio de prácticas de conductas de riesgo, como lo son el consumo de sustancias tóxicas, prácticas violentas, hábitos inadecuados relacionados con la alimentación, sueño, uso de tecnología y actividades académicas, es importante que se indague sobre sobre sus actitudes y motivaciones. También es necesario determinar si conoce las consecuencias en las diferentes dimensiones de su vida de estas conductas, si existe motivación al cambio y posee las aptitudes para lograr modificar sus conductas.
El papel de la familia y la escuela
En relación a la familia, es importante que sea tomada en cuenta y se le apoye. Con ella se deben de intercambiar impresiones sobre la conducta del adolescente, además de indagar sobre el conocimiento que tienen sobre el rendimiento escolar de su hijo y posibles dificultades, sus amistades, motivaciones, proyectos de futuro, hábitos de socialización, así como la posible existencia de adicciones, uso de internet, presencia de autolesiones y ludopatías. Con la familia, como medida de actuación, se debe informar de forma oral y escrita sobre los riesgos de determinadas conductas y al mismo tiempo ayudarles a comprender que los adolescentes son seres sociales, que tiene derecho a tener su propio espacio, pero que eso no les elimina a ellos de su vida.
La escuela, el otro elemento que debe girar coordinadamente con el adolescente, la familia y el pediatra, es el sitio desde donde se debe trabajar la prevención primaria. Además, debe considerarse como un espacio de protección ante las conductas de riesgo y para ello es necesario que cuente con equipos de planificación y seguimiento de los adolescentes.
Uno de los retos a los que se enfrentan los centros educativos hoy en día es el fracaso escolar, que si bien, no es un diagnóstico, se debe considerar como la causa o consecuencia de otras patologías. Teniendo en cuenta que España lidera los países de la UE con mayor tasa de fracaso escolar a pesar de ser el país con mayor número de horas lectivas, esto debe considerarse con seriedad.
Dentro de la escuela, la figura del mentor o defensor del alumno, juega un papel importante para poder abordar esta problemática. Este profesional puede llevar un control más detallado del alumno, lo que le permite identificar sus mejores actitudes y aptitudes, captar sus ilusiones y metas, fomentar su creatividad, motivarle a que tenga mayor participación en las actividades y supervisar su asistencia, negociar problemas que van surgiendo y lograr mayor participación familiar.
Es en la escuela donde se pueden detectar conductas que denotan malestar para así poder crear protocolos de prevención – intervención, así como programas en valores éticos.
Por consiguiente, adolescentes, pediatras, familias y escuelas deben conocer los factores protectores ante las conductas de riesgo como son: la autoestima, la autoeficacia, las habilidades sociales, la integración social, hábitos de vida saludable, convivencia con la naturaleza, existencia de redes de apoyo, mecanismos para solicitar ayuda, amistades no tóxicas, buenas relaciones dentro del entorno familiar, donde exista la cercanía física y afectiva. De este modo se puede lograr un verdadero abordaje bio-psico-social.
“Para atender a los adolescentes hay que ser capaz de imaginar” (Josep Cornellá i Canals, Pediatra y Psiquiatra infanto juvenil)
El Dr. Callabed terminó su conferencia recalcando la importancia de seguir creando espacios de diálogo que permitan generar mayor entendimiento sobre las necesidades de los adolescentes y su abordaje eficaz, para poder prevenir conductas de riesgo y plantear medidas a diferentes niveles que permitan que el acceso a servicios de prevención primaria, secundaria y terciaria sean posibles. Y también destacó la necesidad de que las escuelas estén dotadas de servicios médicos y psicopedagógicos para dar un seguimiento adecuado a los casos de riesgo detectados.