José Ramón Recuero, EL BIEN COMÚN en la filosofía clásica y moderna. Editorial Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2023, 177 pág.
El bien común es concepto central en algunos enfoques relevantes de filosofía social y política. El libro de hace un repaso de la generación de este concepto, de su abandono o tergiversación en la filosofía moderna y posmoderna y de su recuperación en el siglo XX.
El autor, José Ramón Recuero, es Abogado del Estado y en los últimos años, antes de su jubilación, ejerció su oficio en el Tribunal Supremo de España. Ha publicado 36 ensayos en los que muestra su interés por la filosofía del derecho, la ética y hasta la ontología. También se ha interesado por pensadores significativos en la historia de las ideas. Entre sus obras, por citar unas pocas, se encuentra la trilogía La Cuestión de Dios (2008), La Cuestión del bien y del mal (2009) y La Cuestión Política (2018), en las que contrasta el pensamiento de diversos autores. También en la obra que comentamos aquí contrasta la visión del bien común -o su oposición a él- en autores clásicos y modernos.
Recuero empieza con dos autores socráticos, Platón y Aristóteles. Recuerda que Platón presenta el bien como una realidad y, junto a él, defiende “el bien de la ciudad”, que consiste en hacer felices a sus ciudadanos. Eso entraña un “bien común” entendido como el bien de la ciudad-estado (polis). Explica que, para Platón, “el gobernante controla a su saber y entender tanto el bien de la comunidad como el bien de todos” (p. 18) y que el bien de la ciudad es siempre prioritario al bien privado de los ciudadanos. Una idea de bien común que lleva al totalitarismo, y que ha sido replicado por autores posteriores. Sigue con Aristóteles, quien entiende el bien común como fin de la comunidad política justa. Es la justicia que nos permite sopesar el bien de los demás y buscar así el “bien común”. El bien común se determina por la justicia relativa a la sociedad en su conjunto y, en relación con ella se harán las leyes (p. 25). Pregona también la subordinación del bien particular al bien común y deja claro que el interés del gobernante ha de someterse también al bien común exigido por la justicia.
Con el advenimiento del cristianismo y sus primeros pensadores se refuerza la realidad del bien: “Dios, que es logos, garantiza la racionalidad del mundo y la existencia del bien como realidad racional, incluido el bien de la propia comunidad.” (p. 33). Se proclama que todo hombre es un ser racional y libre y que las leyes deben promulgarse en provecho del bien común de los ciudadanos (p. 34). Particular atención merece san Agustín, quien si citar literalmente el bien común, aboga por un estado en el que impere la justicia y la ley y que, como consecuencia se goce de paz, ya que, en palabras de Agustín, “La paz entre los hombres en la concordia bien ordenada.” (p. 44)
Tomás de Aquino siguió y mejoró Aristóteles. Para él el bien tiene realidad ya que es identifica con el ser. Todo ser es bueno en cuanto que es apetecible y tiene razón de fin para la vida humana, siendo Dios el sumo bien y el fin último del hombre. Siendo Dios el bien común definitivo, ya también un bien común temporal. Aquino sienta las bases del bien común, que después desarrollará la Escuela de Salamanca, señalando tres elementos básicos del bien común: paz, rectitud de costumbres y suficiencia de bienes para todos (p. 55). Deja claro que el bien común no se confunde con el interés individual, si con el de la mayoría, sino que es algo que beneficia a todos. Exige que las voluntades se sometan a lo que es conveniente para todos, al bien común, pero no según todo lo que son. En realidad, el bien común no se opone la verdadero bien de las personas, sino que lo incluye.
La Escuela de Salamanca pone el acento en la necesidad de que los gobernantes sean servidores del bien común, promoviendo la paz y la justicia y la abundancia de bienes. Uno de los pensadores de esta Escuela, remarcado por Recuero, es Luis León quien define el bien común de la comunidad como “situación de tranquilidad en la justicia y abundancia de bienes.” En esta afirmación, Recuero ve un elemento social (tranquilidad o paz), un elemento moral (justicia que lleva a obrar bien) y un elemento económico (abundancia) (p. 63)
La visión de ordenar leyes y gobierno al bien común dio un giró con Maquiavelo en el siglo XVI. Con él se sustituye el bien común por el interés del gobernante, lo que más tarde se llamará “razón de Estado”, lo cual implica que tal razón pueda ser ajena a la justicia y otras exigencias éticas (pp. 71-76). De modo más elaborado la filosofía de la modernidad, que surgió a partir de Descartes, asestó un golpe mortal al bien común. Ahora será el Estado que, en diferentes formas, ocupará el lugar del bien común. Recuero revisa la posición de Hobbes, Rousseau y Kant. Hobbes aboga por el Leviatán (cuerpo político artificial, identificado con el poder político). Rousseau, apuesta por la cesión de libertad individual a la voluntad general través de un supuesto contrato social. Kant, más matizado, propone una voluntad común que dice a todos qué esta bien y qué esta mal. Su puesta en práctica la lleva a cabo el Estado que viene a asumir el monopolio del este “bien común” (pp. 79-96). Con Hegel triunfará el Estado ético absoluto, “que a modo de un dios en la tierra pervierte el bien común.” (p. 97) Más lejos aún llegan personajes como Marx y Nitzsche (pp. 107-117), que niegan la misma existencia de ningún bien, ni individual ni común. Si los anteriores habían abogado por una especie de bien común alternativo, ya sea autoritativo o determinado por un supuesto consenso, pervirtiendo la noción original de descubrir qué es realmente bueno para todos, ahora ya no hay bien común, solo voluntad de vivir y de poder (Nitzsche) y lucha de clases contra las estructuras opresoras. De esos barros vinieron los lodos de nazismo y el comunismo soviético.
Los planteamientos contrarios al bien común no terminan aquí. Recuero une en un capítulo dos autores, distantes en el tiempo pero que tienen en común proponer un bien común artificial que lleva a la tiranía del laicismo. Hume y Rawls (pp. 119-131), niegan la existencia de un bien humano, solo concepciones subjetivas del bien. Se imponen pues algunos procedimientos racionales para consensuar lo que es justo a modo de semáforos para evitar choques frontales.
La recuperación del bien común tal como lo habían pensado Aristóteles y perfeccionado Tomás de Aquino y la Escuela de Salamanca vendrá en el siglo XX. Un autor destacado es Maritain, que aboga por un bien común honesto, práctico y esencialmente humano, colocando a la persona y su desarrollo humano como referencia para el bien común (pp. 133-148). Otro autor destacado es Zubiri, que ve al bien común como realidad y estrella polar de la ley (pp. 149-156).
Por último, pero no menos importante, es la aportación de la doctrina social de la Iglesia que propone una renovada metafísica del bien común y una referencia primordial en ética social (pp. 157-170).
Visto en su conjunto, el libro es un buen repaso para entender el bien común y las consecuencias a las que lleva su deformación o negación. Recuero concluye abogando por el bien común que Dios ha establecido en la naturaleza de las cosas, en él todos somos libres e iguales y da lugar a una convivencia pacífica y armoniosa (p. 177). En palabras del autor, “el bien común es la piedra angular de la política, su alma, el ADN de un estado recto y justo.” (p. 177)