Texto del Evangelio (Jn 10,27-30): En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
La imagen de Dios como buen pastor es una de las más queridas por el pueblo de Israel ya que refleja cuidado, cercanía, consuelo. En Jesús esa imagen se hace realidad viva. El evangelio nos muestra, una vez y otra, cómo cuida de los suyos, aún cuando lo traicionan, cómo se deja tocar por todos porque siempre esta cerca de quien lo necesita, qué afectuoso es su consuelo, ofrecido incluso en el instante mismo en el que entrega su vida en la cruz. Ya no es sólo una imagen, son hechos constatables, de los que el evangelio da testimonio. Jesús es el Buen Pastor, con mayúsculas.
El breve texto que se nos invita a escuchar hoy en nuestro corazón recoge unas palabras puestas en boca del Señor, densas, impregnadas de futuro. Hablan de seguimiento, de escucha, de conocimiento, de unión, de una vida que no tiene fin porque está enraizada en la Trinidad.
Jesús nos da a conocer su unión con el Padre y quiere que sus discípulos participen también de ella. De este modo establece una continuidad entre la vida humana, terrena, y la divina que es eterna. Descubrir que la vida con Dios es lo que da sentido, valor y seguridad a la propia existencia, desde hoy y ahora, es un un camino precioso que no se recorre en solitario.
“Jesús busca una cálida amistad, una confidencia, una intimidad. Quiere donarnos un conocimiento nuevo y maravilloso: el de sabernos siempre amados por Él y por tanto nunca dejados solos a nosotros mismos. Estando con el buen pastor se vive la experiencia de la que habla el Salmo: «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo» (Sal 23,4). Sobre todo en los sufrimientos, en las fatigas, en las crisis que son la oscuridad: Él nos sostiene atravesándolas con nosotros. Y así, precisamente en las situaciones difíciles, podemos descubrir que somos conocidos y amados por el Señor. Preguntémonos entonces: ¿yo me dejo conocer por el Señor? ¿Le hago espacio en mi vida, le llevo eso que vivo? Y, después de muchas veces en las que he experimentado su cercanía, su compasión, su ternura, ¿qué idea tengo yo del Señor? El Señor es cercano, el Señor es buen pastor”. (Francisco, 8 de mayo de 2022)
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