Texto del Evangelio (Jn 6,51-58): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».
Continuamos con la lectura del discurso del pan de vida. El evangelista Juan sitúa este episodio en la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús, como suelen hacer los maestros, ha tomado en sus manos alguno de los libros sagrados que contienen la palabra de Dios. Quizás ha leído aquel pasaje que narra cómo el profeta Elías tomó un pan que le dio fuerzas para caminar durante cuarenta días, un pan preparado por un mensajero divino. O tal vez acababa de leer el relato del Éxodo, el del maná, un pan bajado del cielo para alimentar al pueblo en el desierto.
Jesús trae al presente esas palabras escritas hace siglos y enseña que aquellos panes, que sirvieron para mantener con vida a quienes los tomaban, son figuras del verdadero pan de vida, que es El mismo.
Jesús explica las Escrituras y se ofrece como pan. El es la Palabra hecha carne, y sus palabras revelan el sentido pleno que late en los textos sagrados. Jesús es el pan verdadero y la Palabra definitiva de Dios.
“la íntima unidad entre Palabra y Eucaristía está arraigada en el testimonio bíblico (…). El Prólogo de Juan se profundiza en el discurso de Cafarnaúm: si en el primero el Logos de Dios se hace carne, en el segundo es «pan» para la vida del mundo (cf. Jn 6,51), haciendo alusión de este modo a la entrega que Jesús hará de sí mismo en el misterio de la cruz, confirmada por la afirmación sobre su sangre que se da a «beber» (cf. Jn 6,53). De este modo, en el misterio de la Eucaristía se muestra cuál es el verdadero maná, el auténtico pan del cielo: es el Logos de Dios que se ha hecho carne, que se ha entregado a sí mismo por nosotros en el misterio pascual” (Benedicto XVI, Verbum Domini n. 54).
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