Opinión

¿La neurociencia puede explicar el funcionamiento global del cerebro humano?

El cerebro humano puede verse como un equipo inmensamente eficaz de auto aprendizaje, auto reparación y de eficiencia energética. Una comprensión integral del cerebro requiere una visión profunda de esta estructura y de su organización que va desde el estudio genético hasta todo el conjunto del órgano y no puede dirigirse únicamente a un solo nivel. Para conseguir esto, es necesaria una experiencia interdisciplinaria incorporando a la neurociencia otras disciplinas.

Las técnicas de neuroimagen como la resonancia magnética funcional (fMRI) han producido un rápido crecimiento en el estudio de las relaciones cerebro-comportamiento, revelando localizaciones de los cambios en la actividad cerebral inducidos por diversas actividades.  Sin embargo, esta tecnología no explica cómo funciona el cerebro a nivel ultra estructural. La fMRI únicamente mide el consumo de oxígeno de un área cerebral al realizar una función determinada. Pero eso no traduce necesariamente un conocimiento exacto de cómo las redes neuronales realizan estos procesos.

¿Podemos desentrañar el misterio global del cerebro humano solo con la neurociencia?

Existe el convencimiento mágico de que estamos a punto de desentrañar el misterio global del cerebro humano. Y así, resulta natural pensar que los secretos del pensamiento estarán finalmente a nuestra disposición.  No obstante, estamos muy lejos de llegar a este punto. No han faltado científicos que han intentado explicar el funcionamiento global del cerebro desde una perspectiva principalmente neurofisiológica y neurológica.

Afirmar que la mente es una función puramente físico-neuronal tiene inconvenientes, debido a que existen diferentes aspectos que no acaban de correlacionarse adecuadamente. Es cierto que el sustrato anatómico y neuroquímico cerebral está relacionado directamente con todas las características que componen la mente. Pero no es menos cierto, que cuando se pretende establecer su origen de modo puramente celular, considerando únicamente neuronas, sinapsis y neurotransmisores, resulta difícil comprender su propia naturaleza.

La conciencia no puede reducirse únicamente a la función neuronal

Por tanto, a pesar de las diferentes teorías que se han expuesto, y que no se pueden desarrollar en este escrito dado que excedería de sus propios límites, por el momento no se han logrado explicar hechos como por ejemplo la conciencia. Es totalmente comprobable que existe un sustrato anatómico y neurobiológico para su desarrollo, lo cual viene avalado por el hecho de que lesiones encefálicas pueden dar lugar a trastornos de conciencia. Sin embargo, aunque es necesaria la concurrencia del tejido nervioso en la elaboración de la conciencia, esta actividad no puede reducirse únicamente a la función neuronal. Es un fenómeno que constituye hasta el momento un desafío inabordable. Hay que tener en cuenta que la percepción del tiempo es intemporal y no física. Esto induce a pensar que hay un componente de inorganicidad en el proceso de la conciencia. En este sentido, John Eccles -reconocido neurofisiólogo australiano y Premio Nobel- se oponía a cualquier intento científico de reducir la conciencia a la actividad puramente neuronal.

El conocimiento, una actividad inmanente

Otro aspecto que hay que considerar es el conocimiento. Como ha puesto de manifiesto el filósofo Leonardo Polo con multitud de argumentos, es una actividad inmanente. Es un acto por el que cognoscente posee las formas ajenas como ajenas, las respeta y las deja tal como las encontró, pero al conocer las posee de algún modo como objeto. Cuando conocemos un objeto no lo introducimos en el cerebro a través de los ojos, puesto que lo destruiríamos, por lo tanto, conocemos la cosa desmaterializada. Por ejemplo, la figura de una manzana, que varias personas ven (sujetos cognoscentes), está presente en estos sujetos no como algo materialmente poseído y que, por tanto, la configure de manera física, sino como figura de la manzana, como forma ajena.

Consecuentemente, el conocimiento es la operación por la que en un ser se hace presente la forma de otro, de un modo inmaterial. En el conocimiento la posesión del objeto no es físico-molecular.

El conocimiento intelectual humano comienza con la abstracción. Por tanto, desde la imagen percibida por la acción del intelecto se forma el concepto. La inteligencia no es la que retiene las imágenes a diferencia de los sentidos. La inteligencia articula y establece el concepto por la abstracción. El acto de entender un objeto no es imaginar, sino que desde la imagen se abstrae lo esencial y se elabora el concepto y esta acción carece de átomos. La inteligencia es una facultad que implica inorganicidad intrínseca.

Podemos conocer o entender nuestros actos de conocimiento, es decir, podemos reflexionar. En la reflexión el entendimiento se entiende a sí mismo. Mentalmente podemos ejercer la reflexión, en la cual un ser se vuelve sobre sí mismo y se conoce a sí mismo, esto no consiste en examinar un problema o reflexionar sobre algo, sino en reflexionar sobre sí, o sea, puede decirse que conozco que conozco que conozco (repetición intencionada que indica esta capacidad). Cuando un sujeto entiende una cosa, entiende que entiende esa cosa y al mismo tiempo entiende todo este proceso. El cerebro no puede volverse sobre sí mismo, dado que dos partes físicas no pueden coincidir en virtud de la impenetrabilidad de la materia.

Razón y libertad humana: más allá de la neurociencia

El cerebro, con su maravillosa configuración y su sofisticado funcionamiento, contiene un enigma, que con los dispositivos actuales de experimentación y con los conceptos científicos al uso no es posible descifrar: somos capaces de pensar libremente. Ese enigma, que es también una experiencia, puede ser un presupuesto real de la misma investigación neurocientífica.  No cabe duda de que el sustrato nervioso es necesario y requiere la integración dinámica de múltiples áreas cerebrales para que se den los procesos mentales. Aunque tuviéramos la fortuna de que se construyeran potentes ordenadores que imitaran la inteligencia del hombre con sus diversas vertientes o incluso que pudiéramos establecer conexiones cerebro-máquina relevantes, eso no significaría por sí mismo que conociéramos absolutamente el funcionamiento del cerebro de manera plena y total. Este asalto de la neurociencia sobre las acciones propiamente humanas requerirá posiblemente un estudio más profundo y complejo del que se está desarrollando hoy en día. Por tanto, si seguimos el mismo camino, la respuesta a nuestra pregunta inicial sería “no”: no podemos explicar con estas herramientas intelectuales el funcionamiento de la razón y de la libertad humana. Es preciso, pues, un esfuerzo intelectual mayor para pensar el núcleo de nuestro ser humano.

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* Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona. Especialista en Radiodiagnóstico y Neurorradiología. Graduado en Ciencias Religiosas por la Universidad de Navarra.