El primer capítulo, titulado La importancia del corazón, profundiza en el sentido bíblico y no bíblico de “corazón”, concluyendo que el simbolismo encerrado en esta palabra es muy profundo. Expresa más que el alma y aún lo más profundo del alma. El corazón viene a significar el centro unificador de la persona humana, el núcleo de nuestra identidad, nuestras decisiones y emociones. Al hablar de corazón se enfatiza la autenticidad de las palabras de las relaciones –“te lo digo de corazón”, decimos– al tiempo que se presenta simbólicamente como fuente de amor. En este primer capítulo aparece un primer apunte del contexto contemporáneo, al señalar la necesidad de recuperar el significado del corazón en un mundo consumista y fragmentado.
El segundo capítulo se focaliza en el amor del corazón de Jesús a partir de textos del Evangelio que lo ponen de manifiesto. El título, Gestos y Palabras de Amor, recuerdan que la revelación tiene lugar a través de acciones concretas y con palabras. Conectando con el capítulo anterior, empieza afirmando: “El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio.” (DN, 32) Jesús es Emmanuel –Dios con nosotros– y sale al encuentro de todos. Se destacan episodios del Evangelio, como el encuentro con la mujer samaritana, con Nicodemo, con la mujer adúltera, donde Cristo expresa cercanía, compasión y ternura. Se habla de la mirada compasiva del Señor, su atención a las necesidades de las personas y de las palabras. También de su llamada interior para recuperar las fuerzas y la paz (DN, 43). Dónde Cristo muestra su amor de modo elocuente es en la Cruz. Todas las palabras y acciones de Jesús que ponen de manifiesto un amor que transforma y consuela.
El tercer capítulo profundiza teológicamente en el Corazón que tanto amó y en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como símbolo del amor divino y humano. “Lo que contemplamos y adoramos es a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en una imagen suya donde está destacado su corazón”, símbolo natural de su inmenso amor (DN, 48). Un amor divino y humano al mismo tiempo (DN, 61). Se trata de un triple amor de Cristo por la humanidad: amor divino, amor espiritual humano y amor sensible (DN, 65). Se abordan perspectivas teológicas sobre el Corazón de Jesús y su relevancia trinitaria. “La devoción al Corazón de Jesús es marcadamente cristológica, es una contemplación directa de Cristo que invita a la unión con Él.” (DN, 70). A través de Él, vamos al Padre por la fuerza del Espíritu Santo. El capítulo incluye expresiones magisteriales recientes y concluye invitando tener confianza en el Corazón de Jesús, recordando el testimonio de Santa Teresita y la breve oración popular: “¡En Ti confío!” (DN, 90)
En el capítulo cuarto, Amor que da de beber, el Romano Pontífice analiza la sed de amor de Dios reflejada en las Escrituras y en la devoción al Corazón de Cristo y presenta al costado traspasado de Jesús como una fuente abierta de agua viva, símbolo de su amor redentor. Revisa cómo esta imagen ha inspirado a santos y comunidades cristianas en su espiritualidad y misión. Lo hace recordando que san Agustín abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor (DN, 103) y que san Bernardo, que se fijó especialmente en el simbolismo del costado traspasado de Cristo (DN, 104). Cita también a san Buenaventura, que invita a reconocer la belleza de la gracia y de los sacramentos que manan de esa fuente de vida que es el costado herido del Señor (DN, 106-108). El capítulo concluye citando un buen número de santos que han contribuido a la difusión de la devoción al Corazón de Cristo, quienes han aportado pensamientos piadosos o han profundizado en esta devoción.
El quinto capitulo invita a corresponder al amor de Cristo, devolviendo así Amor por Amor. Recuerda una revelación particular a santa Margarita María de Alacoque en que Jesús se lamenta de la falta de correspondencia humana a su amor y el pedido de Jesús, que es amor. Y, con Pio XII, concluye que la caridad de Cristo nos incita a devolverle amor por amor (DN, 164-6). Se propone el amor a los hermanos como la mejor forma de corresponder al amor divino. De nuevo recurre a la historia de la espiritualidad para concretar aspectos de correspondencia a ese amor: un cambio de vida fundado en el amor (san Bernardo), paciencia, humildad y servicio en la vida ordinaria (san Francisco de Sales), conformarse con los sufrimientos de Cristo (san Carlos de Foucauld), inclinarse hacia los pobres (san Vicente de Paul) (DN, 172-80). Una correspondencia tradicional ha sido la reparación a las ofensas al corazón de Jesús. En este punto, citando a san Juan Pablo II, se afirma que la reparación exige unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo, construyendo sobre las ruinas del odio la ansiada “civilización del amor” (DN, 182-184). Se vincula la devoción al Corazón de Cristo con el compromiso social y misionero, en la necesidad de reparar los corazones heridos, en la belleza de pedir perdón y curar las heridas de la Iglesia y del mundo con actos de fraternidad. Subraya, por último, que la reparación no se limite a un acto personal, sino que se manifieste en servicio a los demás.
La encíclica concluye invitando a toda la Iglesia a profundizar en el amor representado por el Corazón de Cristo, resaltando que esta devoción no es solo una espiritualidad histórica, sino una respuesta actual a los desafíos del mundo, al tiempo que destaca la importancia del corazón como fuente de reconciliación, fraternidad y transformación social.