La declaración dignitas infinita, insiste en que existe una dignidad constitutiva de todo ser humano, que no pierde nunca, por ser ontológica -perteneciente al ser- pero, al mismo tiempo subraya que hay una dignidad moral que puede crecer o disminuir:
«Aunque cada ser humano posee una dignidad inalienable e intrínseca desde el principio de su existencia como don irrevocable, depende de su decisión libre y responsable expresarla y manifestarla en plenitud o empañarla.» (DI 22).
La dignidad moral, a diferencia de la ontológica, depende del comportamiento y, en definitiva, del buen uso de la libertad, es la llamada dignidad moral. Las personas tienen, en efecto, capacidad de formular juicios morales -juicios de conciencia- y actuar siguiéndolos o en oposición a ellos. Como afirma la Declaración que comentamos,
«la dignidad moral se refiere, como se acaba de considerar, al ejercicio de la libertad por parte de la criatura humana. Esta última, aunque dotada de conciencia, permanece siempre abierta a la posibilidad de actuar contra ella. Al hacerlo, el ser humano se comporta de un modo que “no es digno” de su naturaleza de criatura amada por Dios y llamada a amar a los otros (…) Cuando esto sucede, nos encontramos ante personas que parecen haber perdido todo rastro de humanidad, todo rastro de dignidad. » (DI, 7)
Por el contrario, actuando bien hay un crecimiento moral personal con el que aumenta la propia dignidad moral: «en la medida en que la persona humana responde al bien, su dignidad puede manifestarse, crecer y madurar libre, dinámica y progresivamente. Esto significa que también el ser humano debe esforzarse por vivir a la altura de su dignidad.» (DI, 22).
Es importante subrayar que comportante mal es indigno de la persona, pero en los planes de Dios, no basta con evitar comportamientos indignos, sino que estamos llamados a crecer como personas en aquello que nos distingue como humanos. La vocación o llamada al desarrollo humano personal ha sido recordado en numerosas ocasiones por el Magisterio. Singularmente por san Pablo VI, quien afirma. «el crecimiento humano constituye como un resumen de nuestros deberes. Más aun, esta armonía de la naturaleza, enriquecida por el esfuerzo personal y responsable, está llamada a superarse a sí misma.» (Populorum progressio, n. 16) La dignitas infinita, alineada con esta enseñanza, afirma. «Cada persona está llamada a manifestar en el plano existencial y moral el horizonte ontológico de su dignidad, en la medida en que con su propia libertad se orienta hacia el verdadero bien, como respuesta al amor de Dios.» (DI, 22)
Pero hay más, Dios ha querido para nosotros no sólo desarrollo humano, sino también crecimiento en santidad. Como recuerda san Pablo: Dios-Padre «nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para fuésemos santos e intachables ante él por el amor.»(Ef 1, 3). De aquí. que san Pablo VI, continúe afirmando: «Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental que le da su mayor plenitud; tal es la finalidad suprema del desarrollo personal.» (Populorum progressio, n. 16). La Declaración que comentamos los recuerda que todos los seres humanos, «están llamados a crecer bajo la acción del Espíritu Santo para reflejar la gloria del Padre, en aquella misma imagen, participando de la vida eterna.» (DI, 7)
Una persona que quiera actuar bien procurará hacer un juicio de conciencia recto y después lo seguirá, aunque cueste. Como señala el Catecismo de la Iglesia católica (n. 1780 ) «La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral.» Hacer un juicio de conciencia recto antes de actuar manifiesta sentido de compromiso con la propia libertad. Para ello hace falta buscar con sinceridad lo correcto en cada situación. Tenemos esta capacidad racional ayudados por la virtud de la prudencia (sabiduría práctica), la cual puede estar más o menos desarrollada.
Con todo la conciencia puede equivocarse y caer en el error: es la llamada conciencia errónea. De aquí la importancia de acudir al Evangelio y a las enseñanzas de la Iglesia para hacer un buen juicio moral comprometido con la libertad. Como señala Benedicto XVI, y recuerda la DI (n. 22), «sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana.» (Discurso en Westminster Hall, 17 septiembre 2010).