Opinión

Próximo cónclave y necesidades actuales de la Iglesia

El próximo 7 de mayo empezará el cónclave para elegir al sucesor de Papa Francisco. Quienes hemos sido testigos de la elección de otros Papas, quizá no prestemos demasiada atención a los debates periodísticos de estos días. Como en otras ocasiones, se repiten las listas de «papables», se insinúa que hay tensiones entre cardenales conservadores y progresistas y se especula con negociaciones y hasta se insinúa lucha de poder entre grupos cardenalicios “rivales». Esta vez, además, los comentadores cuentan con una película, que está en la mente de todos, que mezcla verdades con falsedades y no excepta de ciertos sesgos ideológicos.

Parece oportuno recordar, que toda la actividad de la Iglesia es llevada a cabo por hombres, y por tanto tiene una dimensión humana. Como es obvio, esto se presta a análisis sociológicos, psicológicos y políticos. Pero la Iglesia tiene también una dimensión divina. La Iglesia es Cuerpo de Cristo (Col 1,15-18) y Pueblo de Dios, como recordó el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, n. 9ss). Además, la Escritura presenta a la Iglesia como la Esposa amada de Cristo: «Cristo, en verdad, ama a la Iglesia como a su esposa, convirtiéndose en ejemplo del marido, que ama a su esposa como a su propio cuerpo (cf. Ef 5,25-28). A su vez, la Iglesia le está sometida como a su Cabeza (ib. 23-24).» (Lumen gentium, n. 8). Olvidar la dimensión divina de la Iglesia es ignorar la verdadera naturaleza la Iglesia, que es un misterio de fe, es decir, algo muy grande imposible de conocer en toda su profundidad.

Jesús ha prometido la asistencia del Espíritu Santo a su Iglesia: «Y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Paráclito para que esté siempre con vosotros» (Jn 14, 16). Es por ello que confiamos y pedimos que el Espíritu ilumine a los cardenales que han de elegir al nuevo Papa.

El Romano Pontífice contará con el apoyo de quienes mantenemos una actitud de amor a la Iglesia y al sucesor de Pedro, sea  quien sea que resulte elegido. Esto no excluye considerar qué necesidades se perciben en la Iglesia de hoy y con las que el nuevo Papa se va a encontrar.

Con una buena dosis de osadía, pero con la mejor intención, me atrevo a señalar siete grandes necesidades en la Iglesia de nuestro tiempo, que entiendo deberían ser afrontadas, y no sólo por el Papa, sino por todos:

  1. Reforzar la centralidad de Cristo en la vida personal e institucional. Esto significa redescubrir a Cristo, de modo que informe todo el actuar cristiano, superando la idea de que para ser cristiano basta con actuar con humanidad -que también- sin estar íntimamente unido a Cristo y sin verlo en los demás. La centralidad de Cristo ha de manifestarse también en las asociaciones cristianas, evitando que se confundan con una ONG de fines altruistas, pero sin talante netamente cristiano.
  2. Ahondar en la llamada universal a la santidad y en la coherencia cristiana de los fieles laicos en la vida familiar, profesional y social, así como en su responsabilidad evangelizadora. Esto incluye ponderar debidamente el papel de la mujer y del varón, no solo en estructuras eclesiásticas sino también y, sobre todo, en su tarea de dar tono cristiano en las familias, en los entornos laborales y en la empresa, y en la sociedad, contribuyendo a cristianizar costumbres y promover leyes conformes con la dignidad humana y que promuevan el florecimiento personal y social, así como el respeto a la creación.
  3. Promover una auténtica y honda espiritualidad que de sentido a la vida cristiana. No tiene sentido, como algunos pretenden, reducir la religión a dogmas, ritos y prácticas carentes de espiritualidad. Justamente, la idea de espiritualidad, que algunos ahora se apropian desde posiciones laicistas, nació en el seno de la religión cristiana y es lo que da sentido a todos aspectos de la religión, que es religación con Dios. Una auténtica espiritualidad exige conocer y meditar la Revelación cristiana y la sana doctrina, la vida de oración y los sacramentos, vividos desde su profundo significado espiritual.
  4. Dar claridad doctrinal en los contenidos de la fe, la moral y los sacramentos, y en el modo de comunicarlos, evitando confusiones y polémicas innecesarias. La doctrina ha de ser transmitida con firmeza, aunque de modo positivo y amable. Esto no excluye el discernimiento, la comprensión y el acompañamiento pastoral, pero sin ceder en aquellos aspectos que son esenciales para mantener la unidad de fe, los criterios morales fundamentales, y la esencia de los siete sacramentos. Logar un mayor respeto por la Eucaristía, también en las condiciones en la que se recibe, revalorizar y administrar debidamente el sacramento de la Penitencia y el del Matrimonio son otros retos importantes.
  5. Impulsar la formación cristiana y la educación en la fe en todos los ámbitos. Desde las escuelas y las universidades católicas o de inspiración cristiana hasta la catequesis parroquial o familiar, las familias, los movimientos de Iglesia, los medios de comunicación y los grupos de amistad. Las escuelas y las universidades de inspiración cristiana tienen un enorme potencial evangelizador que no siempre está debidamente actualizado. La formación cristiana incluye favorecer la madurez ante una cultura digital dominante y robustecer el carácter de niños y adolescentes con virtudes humanas que se entrelazan con las virtudes teologales -fe, esperanza, amor- que son expresión genuina de la vida propia de los hijos de Dios movidos por el Espíritu.
  6. Atraer a la fe cristiana a quienes no la poseen y a la vida cristiana a los apartados. Incluye la permanente necesidad de llevar a cabo la evangelización con el anuncio de la salvación de Cristo (Kerigma), con una perspectiva universal, según el mandato de Cristo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.» (Mc 16, 15). También es una relevante necesidad lograr que los bautizados «vuelvan a casa», tratando de superar el fenómeno, tan extendido en algunos países, de católicos que se han apartado de la fe o que la conservan de una forma precaria, o bien se consideran cristianos o católicos sólo por incluirse en una tradición cultural, pero que «no practican». Superar esta situación implica que redescubran a Cristo en toda su hondura y volver tener una relación viva con Dios, que incluye el alimento de la Palabra y de la Eucaristía, volver a la Iglesia y saberse elementos vivos de esa comunidad de fieles que es la Iglesia.
  7. Continuar difundiendo el mensaje social de la Iglesia, en favor de fraternidad universal, de la justicia y de la amistad social, así como del fomento del diálogo y de la paz social. Esto requiere iniciativas concretas que han de ser llevadas a cabo principalmente por fieles laicos cristianos, en línea con la doctrina social de la Iglesia, en continuo desarrollo y con principios permanentes. Esto incluye un abierto y constructivo diálogo y colaboración ecuménica e interreligiosa y con todo tipo de personas de buena voluntad.

No son estas las únicas necesidades. Seguro que hay otras, entre ellas, la falta de sacerdotes en algunos países, la importancia de inculturizar el Evangelio sin perder su identidad, la relevancia de la pastoral juvenil y del fomento de una auténtica actitud de servicio, evitando actitudes funcionales o de poder clerical.

Sirvan estas breves ideas para ayudar a reflexionar y a rezar por la Iglesia y por el próximo Papa.